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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que contar y contarlo" (Oscar Wilde). "Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe" (Severo Ochoa).

miércoles, 23 de agosto de 2023

Las tortugas de Galápagos, gigantes al borde del exterminio

 El archipiélago de Galápagos se ubica en el océano Pacífico, 972 kilómetros al oeste de la costa de Ecuador y depende administrativamente de dicho estado desde 1832. Está atravesado por la línea del ecuador, siendo uno de los dos únicos archipiélagos del mundo -junto al archipiélago malayo o Insulindia- con territorios tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur. Se trata, además, del segundo archipiélago con más actividad volcánica del planeta, superado únicamente por las islas Hawaii. Lo conforman trece islas grandes, nueve islas medianas y más de cien islotes y promontorios rocosos. Constituye una de las mayores reservas marinas del planeta y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1978 y Reserva de la Biosfera en 1985 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). 

Las islas fueron descubiertas por casualidad en marzo de 1535 por el religioso dominico español y obispo de Panamá Fray Tomás de Berlanga, cuando su barco se desvió de su destino a Perú, país al que se dirigía para cumplir un encargo del rey español Carlos V. En su primer informe, Berlanga las describiría como "unas islas inhóspitas, en mitad del Pacífico, habitadas por enormes tortugas y diversos tipos de iguanas". No sería hasta 1570 cuando estos territorios aparecerían por primera vez en los mapas realizados por cartógrafos flamencos bajo el nombre de Insulae Galopegos, en referencia a un tipo de silla de montar, ya que a los primeros visitantes les llamó la atención la forma de los caparazones de las tortugas gigantes, sobre las cuales era posible incluso cabalgar cómodamente. Sin embargo, los marineros de la época las conocían como "islas Encantadas", por la forma arbitraria en que estas aparecen y desaparecen en el horizonte al navegar. Por aquel entonces se encontraban deshabitadas y tan sólo eran usadas como refugio por algunos piratas para esconderse y asaltar los galeones españoles que transportaban oro y plata desde América hasta España. Los primeros pobladores llegaron a las islas en el siglo XVII, en su mayoría ingleses atraídos por la industria incipiente generada en torno a especies ricas en carne y aceite como ballenas, cachalotes, leones marinos y las propias tortugas. En enero de 1832, una expedición ecuatoriana bajo el gobierno del General Juan José Flores (primer presidente de la República de Ecuador), partiría hacia las islas para anexarlas bajo el nombre oficial de archipiélago de Colón.

Probablemente el acontecimiento más importante y por el cual las islas Galápagos son hoy en día mundialmente conocidas, haya sido el estudio de su biología y geología por Charles Darwin a bordo del bergantín HMS Beagle, como parte de la expedición británica capitaneada por Robert FitzRoy que daría la vuelta al mundo entre 1831 y 1836. Las investigaciones llevadas a cabo por Darwin durante la expedición le llevarían a formular su famosa teoría sobre el origen de las especies, teoría evolutiva mayoritariamente aceptada hoy en día por el mundo científico.

Entre la enorme biodiversidad del archipiélago destaca el complejo Chelonoidis nigra, un grupo de especies de tortugas de gran tamaño que habitan diferentes islas y a las que se considera estrechamente relacionadas, ya que no hay entre ellas un aislamiento reproductivo total, seguramente debido a su "reciente" formación evolutiva, pudiendo generar híbridos viables. La taxonomía del grupo aún está abierta a variaciones y depende de la fuente consultada, pero la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) considera el complejo dividido en once variedades aún vivas a las que podríamos sumar otras dos ya extintas. Un estudio genético comparativo publicado en 2006, indicaría que los antepasados de las tortugas gigantes de Galápagos habrían vivido en África. En el Oligoceno, a consecuencia de una serie de inundaciones en los ríos del oeste africano, estas tortugas se habrían visto obligadas a migrar cruzando el océano Atlántico y alcanzando Sudamérica. El titánico viaje habría sido posible gracias a su flotabilidad y a su capacidad de sobrevivir largos periodos sin comida ni agua.

Tortuga gigante de Santa Cruz occidental (Chelonoidis porteri), fuente.

Se trata de las tortugas actuales de mayor tamaño, alcanzando longitudes de más de dos metros y pesos superiores a 200 kilos, con algunos ejemplares superando los 400. Los machos son más grandes que las hembras. Se encuentran además entre los vertebrados más longevos, con una esperanza de vida en el medio silvestre de más de 100 años, llegando hasta 170 años en cautividad. Una de las características diferenciales más llamativas es la forma de sus grandes caparazones óseos, que es distinta de unas variedades a otras como adaptación al ambiente de cada isla. Se reconocen tres formas básicas de los caparazones:

1) Caparazón con forma de domo. Característico de tortugas que habitan tierras altas y ambientes húmedos, como la variedad de isla Santa Cruz (segunda isla más grande del archipiélago) o las de ciertos volcanes en isla Isabela (la de mayor superficie). Sus caparazones son grandes y su cuello corto. Esta forma les permite desplazarse a través de la vegetación sin quedar atrapadas entre las ramas.

2) Caparazón con forma de silla de montar. Habitan tierras bajas en zonas desérticas, con poca vegetación. Poseen caparazones más pequeños y cuello más largo. La parte frontal del caparazón posee una forma que les permite estirar el cuello para alcanzar las partes altas de arbustos y cactus. Un ejemplo sería la tortuga de la isla Pinta (Abingdon).

3) Caparazón intermedio. Posee una mezcla de las características de los dos tipos anteriores. Su tamaño, así como la longitud del cuello de estas tortugas es también intermedio. Un ejemplo sería la tortuga de la isla San Cristóbal.

Independientemente de la forma de su caparazón, todas las variedades de tortugas del archipiélago poseían una característica común: su carne resultaba extremadamente sabrosa. Este hecho marcó el comienzo de su declive. Durante el siglo XVIII y principios del XIX la población de tortugas de las islas fue diezmada por marineros visitantes, balleneros y otras gentes del mar, de tal manera que algunas variedades fueron exterminadas. 

Macho de tortuga gigante de la isla Pinta (Chelonoidis abingdonii) en el zoo de Londres en 1914, fuente.

De entre las distintas variedades de tortugas gigantes de las Galápagos, una de las historias más interesantes es la de la tortuga de isla Pinta, también llamada isla Abingdon (Chelonoidis abingdonii). Durante los primeros años del siglo XX su población prácticamente había desaparecido. Las expediciones a la isla en las décadas de  1930 y 1950 no lograron encontrar ni un solo ejemplar (aunque hoy en día se sabe que pescadores locales capturaron y mataron algunos de estos animales para comérselos a principios de los años 50). Para empeorar las cosas, los humanos introdujeron cabras domésticas en la isla en 1959. La cubierta de vegetación -ya escasa de por sí- sería definitivamente eliminada por estas, generando un paisaje árido. Cuando se pensaba que ya no existían tortugas gigantes en la isla, al menos 28 ejemplares fueron descubiertos muertos en 1964. Parecían haber perecido unos cinco años atrás, lo que sugiere que estas tortugas aún existían durante las búsquedas de las décadas previas, pero consiguieron pasar desapercibidas para los exploradores.

Si embargo, su historia no terminaba aquí. En marzo de 1972 y para asombro del mundo científico, un espécimen fue encontrado vivo. No solo eso, sino que también fueron hallados rastros de más tortugas vivas. El ejemplar fue transportado a la Estación de Investigación Charles Darwin en la isla de Santa Cruz, donde fue bautizado como "Solitario George"

Se calculó la edad de esta tortuga en unos 62 años cuando fue encontrada, por lo que su nacimiento se produjo alrededor de 1910. Desgraciadamente, Solitario George murió en junio de 2012 sin dejar descendencia, ya que ningún intento de cruzarlo con hembras de otras variedades de tortugas de las Galápagos tuvo éxito. Desde 1972 hasta fecha de hoy, ninguna otra tortuga gigante de Pinta ha sido encontrada con vida y tampoco ha sido confirmada su existencia en ningún zoológico ni colección privada. A pesar de que los rastros de tortugas encontrados en 1972 han sido reforzados con el hallazgo en 1981 de excrementos que parecían tener unos pocos años de antigüedad, lo cierto es que Chelonoidis abingdonii es una de las dos especies del complejo que han sido declaradas extintas por la UICN (la otra es Chelonoidis niger, la tortuga gigante de Floreana).

Solitario George (Lonesome George) fue disecado y expuesto en el Museo de Historia Natural de Nueva York hasta 2017. Actualmente se expone en Puerto Ayora (Ecuador), fuente.

Mención especial merece también la tortuga gigante de isla Fernandina (Chelonoidis phantasticus). Es conocida como la "tortuga gigante fantástica", debido a la extraordinaria forma de los caparazones de los machos, que tienen un extremo ensanchado a lo largo del borde exterior y un llamativo respaldo en forma de silla de montar en la parte delantera. Esta especie, fue conocida durante más de un siglo por un único ejemplar recolectado en 1906 por el explorador Rollo Howard Beck, quien por aquel entonces lideró una expedición de la Academia de Ciencias de California a las islas Galápagos. Desde dicho hallazgo, la posible supervivencia de la tortuga de Fernandina había supuesto un reto a resolver para los científicos. En 1964 fueron encontrados restos fecales recientes en la isla atribuibles a 18 individuos de tortuga. Durante los primeros años de la década del 2000 se informó del hallazgo de más excrementos además de la posible observación de uno de estos animales desde un avión. En 2014, fueron encontrados de nuevo excrementos. 

Todo lo anterior hacía pensar que estas tortugas podrían permanecer vivas en la isla. Podemos sumar a ello el hecho de que grandes áreas de isla Fernandina han permanecido inexploradas durante mucho tiempo debido a los extensos campos de lava que bloquean el acceso a su interior (se trata de una isla con gran actividad volcánica). Hasta que en 2019, una expedición en la isla liderada por el aventurero norteamericano Forrest Galante, consiguió encontrar un ejemplar hembra después de seguir una serie de pistas que le llevaron hasta ella. Pero tras su descubrimiento, fueron muchos los expertos que dudaron de que el espécimen hallado y bautizado Fernanda, perteneciese realmente a la especie de isla Fernandina. Había características físicas que no encajaban con las del único ejemplar conocido hasta entonces, especialmente la falta del llamativo respaldo en forma de silla de montar situado en la parte delantera del caparazón. Aunque había que tener en cuenta que esta vez se trataba de una hembra y que mostraba un evidente retraso del crecimiento, por lo que las características típicas de su especie podrían haberse visto distorsionadas. Algunos expertos pensaron en un principio que se trataba de un ejemplar llevado a Fernandina desde otra isla, ya que estas tortugas no pueden nadar, pero flotan y pueden ser transportadas entre las islas durante huracanes y fuertes tormentas. También hay registros históricos de navegantes portando tortugas de unas islas a otras. 

Con el fin de desentrañar finalmente el misterio, científicos de la Universidad de Princeton secuenciaron su genoma completo y lo compararon con el del ejemplar recolectado en 1906. También compararon el ADN con el de las especies vivientes del complejo de las Galápagos, incluso con el de la especie extinta de isla Pinta. Llegaron a la conclusión -para sorpresa de muchos- de que el material genético de Fernanda era muy similar al de la primera tortuga recolectada en 1906 y claramente diferenciable del de las otras especies de tortugas de Galápagos. 

Los científicos se preguntan ahora si sobreviven más ejemplares de la tortuga de Fernandina, lo cual podría permitir poner en marcha un programa de cría en cautividad para recuperar la especie. 

Ejemplar de tortuga gigante de Fernandina (Chelonoidis phantasticus) capturado en la isla en 1906. Actualmente se encuentra depositado en la Academia de Ciencias de California, fuente.

Hace entre dos y tres millones de años, una tormenta transportó una o más tortugas desde el continente sudamericano (al que supuestamente habían llegado millones de años antes desde África) hasta las islas Galápagos. Al no poder nadar, estos animales se reproducen exclusivamente con los congéneres que habitan su misma isla, resultando en una rápida evolución. Todas las variedades que sobreviven hoy en día descienden de un ancestro común y están clasificadas por la UICN como vulnerables, en peligro o en peligro crítico de extinción. Se trata de unas poblaciones diezmadas por el ser humano siglos atrás tanto por su explotación para consumo directo como por la degradación de su hábitat. Los marineros descubrieron que eran animales fáciles de mantener en sus barcos, ya que pueden pasar largos periodos sin agua ni comida debido a su lento metabolismo.

Fernanda se encuentra actualmente en un centro de recuperación dentro del Parque Nacional Galápagos. Su edad ha sido estimada en más de 50 años, aunque su tamaño es menor de lo que debería, debido seguramente a la limitada vegetación de su entorno. El hallazgo de nuevos excrementos en la isla por parte de recientes expediciones, ha abierto una puerta a la esperanza de que exista alguna población que hasta el momento ha pasado desapercibida para las distintas exploraciones científicas.

Las tortugas gigantes de Galápagos se hallan estrictamente protegidas por el gobierno ecuatoriano desde 1970, así como por la Convención del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que prohíbe su comercio internacional. La organización sin ánimo de lucro Galápagos Conservancy se dedica desde 1985 a proteger y restaurar los ecosistemas de estas islas. La cría en cautividad de tortugas está dando resultados positivos, con más de 7.000 individuos de las distintas especies liberados en la naturaleza. Chelonoidis hoodensis, una variedad que habita en isla Española, ha pasado de una población de tan sólo 14 ejemplares a más de mil gracias a los programas de cría en cautividad. Los esfuerzos de conservación llevados a cabo por distintas entidades han renovado la esperanza de supervivencia de las tortugas gigantes, empresa nada fácil, teniendo en cuenta las estimaciones que hablan de hasta 200.000 de estos animales masacrados por el ser humano en los pasados siglos.


Más información acerca de las tortugas gigantes de Galápagos:











jueves, 3 de agosto de 2023

Las ranas australianas y el fenómeno de la incubación gástrica

 El año 1973 trajo consigo un sorprendente fenómeno zoológico nunca observado previamente. Todo empezó con el descubrimiento en un arroyo de montaña de Queensland (Australia) de la que en un primer momento fue bautizada coloquialmente como rana ornitorrinco (Rheobatrachus silus), debido a la semejanza de sus grandes y planos pies con los del popular mamífero monotrema. El hecho de que fuese la primera rana completamente acuática registrada en Australia ya la hacía una especie interesante para la ciencia. Sin embargo, no sería esta la peculiaridad que la haría saltar a la fama. Y es que tan sólo 19 días después de ser recolectada en la naturaleza, una hembra cautiva en un laboratorio, abrió su boca súbitamente y para asombro de los científicos, regurgitó seis renacuajos en el acuario. Dieciocho días después, la misma rana expulsó por su boca un joven completamente formado. Durante los siguientes días se produjeron más nacimientos, totalizando 16 descendientes.

Como es lógico, el asombroso hecho despertó la curiosidad de los zoólogos a cargo de la observación del anfibio, que no tardaron en desentrañar el secreto que hacía tan especial a la nueva especie. El examen del estómago de la hembra gestante mostró alteraciones tanto físicas como químicas en comparación con el de las hembras no gestantes. Dicho estómago funcionaba como un útero, su musculatura y vasos sanguíneos estaban modificados, además de producirse una regresión en la secreción de ácidos. Los científicos nunca observaron a una hembra de R. silus ingiriendo los huevos, pero dedujeron que tras la fecundación externa, la rana se traga la puesta, la cual eclosionará en su estómago dando lugar a renacuajos que vivirán de su propio vitelo hasta completar entre seis y siete semanas de desarrollo, momento tras el cual serán expulsados al exterior a través de la boca de su madre en forma de pequeñas ranitas.

Se observó que la mayoría de ranas estudiadas eran portadoras de unos 40 huevos maduros, casi el doble de los juveniles que posteriormente se desarrollaban en su estómago (entre 21 y 26). Este hecho sugiere o bien que la rana no ingiere todos los huevos de la puesta, o bien que los primeros huevos en ser tragados son digeridos. 

Una joven rana es "vomitada" por su progenitora, (fuente).

¿Cómo es posible que los renacuajos no sean digeridos por los jugos gástricos de su madre? la masa gelatinosa que recubre cada uno de los huevos contiene una sustancia llamada prostaglandina E2, capaz de inhibir la producción de ácido clorhídrico en el estómago. Cuando los huevos eclosionan, son las branquias de los renacuajos las que pasan a encargarse de la producción de una gelatina con esta sustancia, manteniendo así el estómago materno sin actividad. Mientras dura el desarrollo de los renacuajos en el aparato digestivo, la rana madre no se alimenta y su estómago aumenta de tamaño hasta ocupar casi todo el volumen de las cavidades corporales. Los pulmones se desinflan y estos animales pasan a depender en mayor medida de la respiración cutánea. 

El proceso de nacimiento de las pequeñas ranitas es pausado y puede extenderse hasta una semana en el tiempo. Sin embargo, se ha observado que si la hembra es molestada, puede acelerarse el proceso, siendo los jóvenes vomitados mucho más deprisa. Los descendientes de cada puesta muestran un color y tamaño parecidos entre sí.

Por desgracia, tan sólo siete años después del descubrimiento de la especie, es decir, en 1980, la búsqueda de individuos en su área de distribución no arrojó resultados positivos. No fue posible recolectar ni un solo ejemplar. La especie se había extinguido en la naturaleza y tan sólo quedaban los animales criados en laboratorios. Para empeorar las cosas, el último ejemplar cautivo murió en noviembre de 1983. 

Ejemplar de Rheobatrachus silus conservado en el Museo de Zoología Comparada, Universidad de Harvard, (fuente).

Pero no todo estaba perdido. Menos de dos meses después de la desaparición total de R. silus, otra especie de rana incubadora gástrica fue encontrada, también en Queensland, concretamente en el Parque Nacional Eungella. Aunque algo más grande y oscura que la anterior, la estrecha relación entre ambas estaba clara para los científicos, por lo que fue incluida en el mismo género, siendo bautizada como  R. vitellinus. Empezó a ser conocida vulgarmente como rana ornitorrinco del norte, pasando R. silus a ser designada como la rana ornitorrinco del sur. Este descubrimiento abrió la puerta a nuevos estudios relacionados con la incubación gástrica y su posible aplicación en el tratamiento y cura de las úlceras gástricas. 

Esta vez la alegría del nuevo hallazgo duró aún menos que con su congénere: la ciencia tuvo la oportunidad de recolectar y estudiar a estos animales durante menos de dos años, ya que a partir de marzo de 1985 no ha sido localizado ningún ejemplar en su pequeño rango de distribución.

La causa exacta de la extinción de ambas especies de ranas incubadoras gástricas es desconocida, aunque se han propuesto varias hipótesis. El área de distribución de estos anfibios era ya de por sí bastante reducida. A este hecho podemos añadir algunas circunstancias que podrían fácilmente haber influido en su desaparición. Por ejemplo, se sabe que ciertos hábitats de la rana ornitorrinco del sur, fueron objeto de una intensa tala de árboles por parte de la industria maderera entre 1972 y 1979. Se sabe que la especie persistió en las corrientes de agua de la zona, pero el efecto de estas actividades sobre sus poblaciones nunca fue estudiado a fondo. Otras amenazas para estos animales pudieron ser los cerdos salvajes, la invasión del hábitat por malas hierbas, alteraciones en la calidad de las aguas provocadas por perturbaciones en las corrientes...etc. 

En el caso de la especie del norte, el Parque Nacional Eungella se ve amenazado frecuentemente por los fuegos, que tienen lugar especialmente en la época de recolección de la caña de azúcar y que pueden llevar a la fragmentación de su hábitat. Otra amenaza está representada por las especies vegetales invasoras, frecuentes en el entorno. Además, el declive poblacional también podría deberse a fluctuaciones naturales, como ha sido observado en otras especies de ranas australianas. 

Sin embargo, el principal sospechoso en la desaparición de ambas especies de ranas incubadoras gástricas es el hongo causante de la quitridiomicosis, enfermedad infecciosa que se piensa está implicada en el declive y desaparición a nivel mundial de numerosas especies de anfibios desde 1980 hasta nuestros días, aunque no se dispone de datos que permitan hacer una afirmación categórica a este respecto. Se ha encontrado el citado hongo en especies de batracios que habitan las mismas corrientes de agua en las que vivieron en su día nuestras dos protagonistas.

Ejemplar de rana ornitorrinco del sur congelado desde 1980, (fuente).

Desde hace unos años, el profesor Mike Archer, de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia) y su equipo, están tratando de traer de nuevo a la vida a las dos especies de ranas dentro del marco del "Proyecto Lázaro", que tiene como objetivo la resurrección de varias especies animales de las que se conservan aún restos orgánicos. Lo primero que hizo Archer fue ponerse en contacto con Mike Tyler, otro biólogo australiano experto en herpetología, quien proporcionó las muestras de tejidos necesarias para extraer el ADN de estos anfibios. El siguiente paso era colocar ese ADN en el huevo de un pariente cercano. Es lo que se llama huevo sustituto. La especie elegida para la ocasión fue la rana listada, cercana genéticamente a nuestras protagonistas. Procedieron a destruir el núcleo de algunos de sus óvulos para sustituirlo por el de una célula de las muestras conservadas desde los años 80. Utilizaron dos técnicas distintas sobre numerosos huevos de rana listada, hasta que consiguieron que uno de ellos avanzase hacia un estado embrionario llamado gastrulación, formado por cientos de células. Por el momento no han conseguido que el embrión avance a estados más desarrollados, pero Archer es optimista, ya que según él cuenta con materiales de partida en buen estado y cree que su equipo será capaz de superar los problemas técnicos que hacen que el desarrollo de los embriones se quede estancado.

El científico afirma que revivir a este tipo de ranas cuenta con ventajas respecto a hacerlo con otras especies del proyecto. Por ejemplo, no se trata de animales sociales que vayan a necesitar de otros congéneres para aprender de ellos o para viajar junto a ellos, como sí puede pasar con el mamut lanudo o la paloma mensajera. Además, no necesita un pariente complicado en cuyo interior desarrollarse, como puede ocurrir con el mamut, que necesita completar su desarrollo dentro de un elefante asiático. Otra ventaja sería que son animales pequeños y fáciles de criar en laboratorio en gran número, al contrario que muchas otras especies involucradas en el proyecto. Por si fuera poco, piensa que clonar a estas ranas abriría la posibilidad de copiar el proceso con muchas otras especies de anfibios que se encuentran actualmente en serio peligro de desaparición.

Proceso de clonación de una rana, (fuente).

Cabe destacar que en 1991 (por tanto con ambas especies de ranas ya extintas) Glen Ingram, herpetólogo del Museo de Queensland, descubrió que en una fecha tan lejana como 1915, su museo había recibido un espécimen de R. silus, obtenido por Heber A. Longman. Por desgracia, nadie en el museo acertó a reconocer al ejemplar como una nueva especie, haciendo que este cayera en el olvido durante 76 años y quizás eliminando de esta manera la posibilidad de evitar la extinción de estos curiosos animales.

Las expediciones científicas llevadas a cabo en los últimos años no han conseguido encontrar ejemplar alguno de este tipo de ranas. Prueba de ello fue el intento fallido realizado en 2021 por el Dr. Conrad Hoskin y su equipo en los bosques más remotos del Parque Nacional Eungella. Este equipo de científicos hizo un intento desesperado por hallar alguna población de R. vitellinus, pero no fueron capaces. Aún así, su búsqueda no se puede considerar un fracaso, ya que se toparon por casualidad con poblaciones de otras especies de ranas amenazadas de extinción y de cuya existencia en el lugar no tenían noticia. 

Con la desaparición de estas dos especies de ranas, el fenómeno de la incubación gástrica parece haberse desvanecido también, ya que no se conocen actualmente más ranas que lo lleven a cabo. Lo más parecido que encontramos en la naturaleza es la reproducción de la rana de Darwin (Rhinoderma darwinii). En esta especie, después de la fecundación externa, la hembra deposita en la tierra entre 3 y 30 huevos protegidos por musgos y hojarasca. El macho permanece cerca de los huevos vigilándolos durante más o menos dos semanas, periodo tras el cual los embriones dan sus primeras muestras de movimiento. Esto actúa como una señal para el macho, que introduce los huevos en su boca y pasan por una hendidura hasta una cavidad llamada saco bucal o vocal. Dentro de esa cavidad los huevos eclosionarán y las larvas completarán su desarrollo durante 6 u 8 semanas alimentándose de una sustancia segregada por su progenitor. Después de sufrir la metamorfosis, las crías abandonarán el saco bucal del macho por una abertura ubicada debajo de la lengua, siendo escupidas al exterior a gran velocidad.


Más información sobre las ranas de incubación gástrica:

Vídeo acerca de las dos ranas de incubación gástrica

Charla de Michael Archer sobre la resurrección de especies

Vídeo sobre la reproducción en la rana de Darwin

Noticia sobre la expedición de 2021 dirigida por Conrad Hoskin

https://es.wikipedia.org/wiki/Declive_en_las_poblaciones_de_anfibios

https://www.smh.com.au/technology/the-lazarus-project-scientists-quest-for-deextinction-20150417-1mng6g.html

https://animaldiversity.org/accounts/Rheobatrachus_silus/

https://amphibiaweb.org/species/3543

https://embryo.asu.edu/pages/southern-gastric-brooding-frog-0

https://www.nationalgeographic.com/science/article/resurrecting-the-extinct-frog-with-a-stomach-for-a-womb

https://en.wikipedia.org/wiki/Gastric-brooding_frog

https://www.iucnredlist.org/species/19475/78430533#threats

https://www.iucnredlist.org/species/19476/78430385#threats

https://www.extinction.photo/species/southern-gastric-brooding-frog/


miércoles, 19 de julio de 2023

Los zifios, grandes desconocidos de las profundidades oceánicas

 Los zifios, también denominados ballenas de pico o ballenas de nariz de botella, constituyen una familia de cetáceos odontocetos caracterizados por su pronunciado hocico. De hecho, el término zifio proviene etimológicamente del griego xiphos (espada). 

Hasta ahora se han descrito 24 especies de estos animales, aunque se piensa que su diversidad puede ser mucho mayor, ya que son cetáceos de aguas profundas que pasan muy poco tiempo en superficie, dificultando este hecho su estudio. Además, las investigaciones realizadas sugieren que sus poblaciones cuentan con un escaso número de efectivos. De esta manera, la mayor parte de la información que se obtiene de estos animales hoy en día proviene de ejemplares que han quedado varados en playas y otros lugares de la línea de costa.

Tienen un cuerpo hidrodinámico, robusto y ligeramente aplanado. Existe poca diferenciación entre cabeza, tórax y abdomen. Son animales grandes, entre cuatro y trece metros de longitud (siendo generalmente de mayor tamaño el macho). Su peso oscila entre una y quince toneladas.  

Presentan una importante reducción de los dientes: poseen tan sólo uno o dos pares de dientes en la mandíbula inferior, que varían en tamaño y situación dependiendo de la especie. Tan sólo el zifio de Shepherd (Tasmacetus shepherdi) conserva la dentición completa. Los dientes de los zifios sólo son visibles en los machos, en los que constituyen un carácter sexual secundario, siendo usados en las luchas por el acceso a las hembras. En estas últimas, los dientes no llegan a asomar fuera de la boca. La pérdida de piezas dentales se piensa que está relacionada con la alimentación de estos animales. Sus presas preferidas son los calamares y otros cefalópodos y se alimentan succionando, para lo cual son de gran ayuda dos canales que poseen en la garganta y que les facilita la expansión de la misma. Otras presas de las que también se alimentan son peces, crustáceos como camarones y cangrejos y diferentes tipos de bivalvos.

Una característica destacable de los zifios es la ecolocalización: poseen un órgano llamado melón en la frente con el que emiten sonidos que les permiten moverse en un entorno profundo y oscuro. Son altamente sensibles al sónar de los barcos, que puede distorsionar su sentido de la ecolocalización desorientándolos y provocando varamientos masivos.

Los zifios se distribuyen por todos los océanos, desde aguas tropicales hasta los hielos polares. Parece ser que prefieren los hábitats submarinos con pendientes escalonadas y cañones profundos. 

La familia de los zifios se divide en seis géneros repartidos en tres subfamilias. El género que agrupa un mayor número de especies es Mesoplodon. 

Póster de la American Cetacean Society con las 24 especies de zifios descritas hasta la fecha.

Uno de los zifios más comunes y más observados en el mundo es el zifio común o de Cuvier (Ziphius cavirostris). La especie fue descrita por el zoólogo y anatomista Georges Cuvier en 1823, pensando que se trataba de un cetáceo ya extinto. No fue hasta la década de 1870 cuando se comprobó a través de hallazgos en distintas zonas del globo que se trataba de una especie aún existente. 
Habita desde las aguas tropicales a las templado-frías de todo el mundo. Los machos son ligeramente mayores que las hembras, pudiendo alcanzar ambos sexos más de 5.5 metros de longitud. La coloración varía de un ejemplar a otro, observándose individuos gris oscuro, marrón-rojizo, negros, blancos...Los machos viejos tienen zonas blancas extensas desde el hocico al centro superior del cuerpo y poseen abundantes cicatrices sobre su piel, fruto de las luchas con sus congéneres. Dos dientes sobresalen en el extremo de la mandíbula inferior de los machos, no siendo visibles en las hembras.

Los zifios de Cuvier viajan en manadas de hasta 25 individuos, aunque lo más frecuente es que lo hagan en grupos de no más de 10. Los machos más viejos pueden viajar en solitario. Una característica peculiar de esta especie es que posee el récord de inmersión  para un mamífero marino, habiéndose registrado buceos a casi 3.000 metros de profundidad durante más de tres horas, lo cual supera incluso los registros de los cachalotes. Para poder sumergirse a semejantes profundidades, estos animales poseen adaptaciones fisiológicas: una caja torácica flexible que permite que sus pulmones se compriman, una disminución drástica del ritmo cardíaco acumulando la sangre en el cerebro, corazón y músculos o una concentración muy elevada de la proteína mioglobina en sus músculos, lo que les permite almacenar más oxígeno en estos órganos. El zifio de Cuvier ha sido objeto de caza por parte de los balleneros japoneses desde hace décadas.

Pareja de zifios de Cuvier, (fuente).

Sin duda uno de los zifios más espectaculares y el que alcanza mayor tamaño es el berardio de Baird (Berardius bairdii). Se le encuentra únicamente en el Pacífico norte, donde habita aguas profundas y alejadas de la costa. Fue descubierto en 1882 por el zoólogo Leonhard Stejneger, quien encontró un cráneo con cuatro dientes en la isla de Bering. Nombró la especie en honor del que había sido su superior en el Instituto Smithsonian, Spencer Fullerton Baird. Al igual que el zifio de Cuvier, se trata de una especie explotada comercialmente por los balleneros japoneses, que aún hoy en día pueden capturar entre 40 y 60 al año, especialmente en la península de Boso (área metropolitana de Tokio) y frente a la isla de Hokkaido, en el norte del país. Se sabe que históricamente al menos 4.000 zifios de Baird han sido capturados por balleneros, no sólo japoneses, sino también rusos, canadienses y estadounidenses. 

En esta especie, la hembra es algo mayor que el macho, alcanzando casi 13 metros de longitud y alrededor de 12 toneladas. Existen diferentes coloraciones. La forma más común son los animales grisáceos o parduzcos con la parte inferior del cuerpo más pálida y parches o motas de color blanquecino distribuidas aleatoriamente. Existe otra forma más oscura que se encuentra más al norte, en las aguas de Hokkaido y el mar de Ojostk y que recientemente se ha catalogado como una especie separada (B. minimus).
A diferencia de otros zifios, ambos sexos tienen dientes: un par grande en la mandíbula inferior y un par más pequeño justo detrás de los primeros. El macho se distingue de la hembra por su frente bulbosa más ancha y saliente. Se desplazan en grupos de 3 a 30 individuos, a veces incluso más. A pesar de su gran tamaño, estos animales pueden ser depredados por las orcas.

Existe una especie "paralela" al berardio de Baird en las aguas del hemisferio sur. Se trata de el zifio de Arnoux (Berardius arnuxii), también una especie de zifio gigante cuyas hembras pueden alcanzar los 10 metros y las 10 toneladas. 

El berardio de Baird es la especie de zifio de mayor tamaño conocida, (fuente).

Entre los zifios más fácilmente observables podemos incluir también al zifio calderón boreal (Hyperoodon ampullatus). Se trata de una especie de gran tamaño, de hecho es el zifio más grande que se puede encontrar en el océano Atlántico norte, pudiendo alcanzar los machos casi 10 metros de longitud y cerca de 8 toneladas. Es un animal bien conocido por los científicos debido al hecho de que fue muy explotado comercialmente. En la década de 1850 los balleneros descubrieron que estos animales contienen espermaceti, sustancia usada en lámparas de aceite, lubricantes y velas. También se les cazó como carne para las mascotas. Sus cazadores se aprovechaban de la curiosidad y sociabilidad de estos animales, que frecuentemente se ven atraídos por los barcos o permanecen junto a sus compañeros de manada heridos. Hasta la década de 1970 fueron capturados más de 80.000 zifios de este tipo. En Canadá y Noruega fueron cazados hasta que sus poblaciones se extinguieron. A partir de los años 70 del siglo XX cesó su captura, excepto en las Islas Feroe, donde aún se caza algún animal.

El cuerpo de estas ballenas es grande, largo y robusto, con una pequeña y triangular aleta dorsal situada (como suele ser habitual en las especies de zifios) más cerca de la aleta caudal que de la cabeza. Su frente posee la característica forma de bulbo y su hocico tiene forma de botella, lo que le da su nombre en inglés (northern bottlenose whale). Los machos adultos tienen un par de dientes relativamente pequeños y cónicos que asoman ligeramente por el extremo de la mandíbula inferior. La coloración de estos animales varía del gris oscuro al parduzco o incluso verde oliváceo, pudiendo aparecer manchas poco prominentes y las características cicatrices en la piel. La cabeza frecuentemente es de color más claro que el resto del cuerpo. 

Forman grupos sociales de entre 4 y 10 individuos por término medio, aunque se han divisado manadas de más de 50 ejemplares. 

El zifio calderón boreal se distribuye por el Atlántico norte, desde las aguas subárticas hasta las Azores y las islas Canarias por el sur. Su hábitat está asociado generalmente a estructuras geológicas con fuertes pendientes, como son cañones, montes submarinos y el talud continental.

Un zifio calderón de gran tamaño capturado por un barco pesquero, (fuente: @delphindae en Twitter).

De las 24 especies de la familia de los zifios descritas hasta el momento, tan sólo se disponen abundantes datos de un pequeño puñado de ellas. Su carácter tímido y huidizo hace que los encuentros con estos animales sean muy escasos y que algunas especies sean descritas (al menos inicialmente) a partir de restos óseos. Tal fue el caso de Mesoplodon peruvianus, conocido comunmente como el zifio pigmeo, menor o peruano. Se trata de la especie de menor tamaño de su género conocida hasta ahora, con una longitud máxima de 3.72 m. Su historia comienza a principios de 1976, cuando el zoólogo del Instituto Smithsonian James G. Mead obtuvo un trozo de cráneo y vértebra lumbar cerca del mercado de San Andrés (Perú). No sería hasta 1985 cuando el primer ejemplar de la especie (una hembra) fue capturada por pescadores en la costa peruana. Su esqueleto y varios de sus órganos internos fueron preservados. En los siguientes años fueron obtenidos más ejemplares de las aguas peruanas, lo que llevó a que la nueva especie fuese descrita en 1991.

Incluso ya entrados en el siglo XXI la ciencia sigue descubriendo nuevas especies de zifios. Una de ellas fue descrita en 2002 en la revista Marine Mammal Science. Se trata de el zifio de Perrin (Mesoplodon perrini), nombrado en honor al cetólogo William F. Perrin. Inicialmente se pensó que se trataba de especímenes pertenecientes al zifio de Héctor (M. hectori), pero tras llevar a cabo análisis de ADN a una serie de ejemplares varados en California en la década de 1970, un equipo de investigadores decidió que se trataba de una especie separada.

El berardio de Baird ha sido objeto de captura con fines comerciales en los últimos siglos, (fuente).

Pero el zifio de Perrin no ha sido el último en llegar a la familia. En una fecha tan reciente como 2014, un grupo de científicos describió una nueva especie después del estudio de siete animales que murieron varados en remotas islas tropicales de los océanos Índico y Pacífico en distintas fechas a lo largo de los últimos 60 años. En enero de 1963, un ejemplar gris-azulado de unos 4.5 metros de longitud quedó encallado en una playa de Sri Lanka. El por aquel entonces director del Museo Nacional de Ceilán, Paulus Deraniyagala, describió al animal como una nueva especie, a la que nombró Mesoplodon deraniyagala. Sin embargo, dos años después, otros investigadores reclasificaron al animal dentro de la especie M. ginkgodens. 
Los investigadores usaron una combinación de análisis de ADN y de las características físicas de los especímenes varados en las diferentes islas. Encontraron dificultades a la hora de extraer el ADN de los tejidos, por lo que recurrieron a extraer ADN de los huesos y se sirvieron de una técnica utilizada para estudiar los ácidos nucleicos de materiales subfósiles pertenecientes a especies extintas. Finalmente, llegaron a la conclusión de que los ejemplares estudiados poseían suficientes características distintas de M. ginkgodens como para constituir una nueva especie, dando validez por tanto al zifio de Deraniyagala.

En definitiva, los zifios o ballenas de pico son una familia de cetáceos poco conocida tanto por el mundo científico como por el gran público, cuya taxonomía se encuentra aún en construcción, por lo que es esperable la aparición de nuevas especies en los próximos años.


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