Información detallada sobre especies poco comunes.
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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que contar y contarlo" (Oscar Wilde). "Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe" (Severo Ochoa).
El tenkile (Dendrolagus scottae) es una especie de canguro arborícola endémica de las Montañas Torricelli, en el noroeste de Papúa Nueva Guinea. El mundo científico no tendría noticias de su existencia hasta finales de la década de los 80 del siglo XX, debido principalmente a la conjunción de dos factores: por un lado, el carácter inhóspito de los territorios que habita, y por otro, el escaso número de efectivos que conforman sus poblaciones.
En 1985 el joven zoólogo australiano Tim Flannery viajó a Papúa Nueva Guinea con el fin de explorar algunos de los últimos bosques vírgenes del planeta en un intento por descubrir nuevas especies. Fue en la localidad de Wigotei donde Flannery sintió curiosidad por una garra oscura y de considerable tamaño portada por un nativo. Desde un primer momento y debido a sus peculiares características, el zoólogo australiano tuvo la intuición de estar ante una nueva especie, sobre todo tras escuchar testimonios de lugareños en los que mencionaban un tipo de canguro arborícola al que ellos conocían en su lengua como "tenkile".
Flannery regresaría tres años después a las Montañas Torricelli decidido a desentrañar el misterio. En su búsqueda por las espesas selvas era acompañado por el biólogo Lester Seri además de varios guías y cazadores oriundos de la zona a los que pagaba por ayudarle a encontrar animales. El 11 de Junio de 1988 la búsqueda del equipo liderado por Flannery obtendría una recompensa parcial, ya que encontrarían la piel y el cráneo de un individuo juvenil del canguro justo al oeste de la cima del Monte Sumoro, a casi 1.400 metros de altitud. Dichos restos servirían a la postre como materiales utilizados por Flannery y Seri para la descripción formal de la especie en 1990.
Como cabía esperar, Flannery no se conformó con el hallazgo. Ansiaba encontrar un ejemplar vivo del canguro, con lo que decidió aventurarse en territorios aún más remotos, llegando a sufrir la hostilidad de ciertos pueblos que no recibían hospitalariamente a los hombres blancos debido a malas experiencias previas con ellos. En noviembre de 1989 los cazadores locales capturaron una cría viva, pero esta murió en el traslado. Sin embargo, esta captura proporcionó al zoólogo australiano información muy valiosa: por un lado, confirmaba que la especie no se había extinguido durante los últimos años (cosa de la que Flannery llegó a dudar) y por otro lado, servía para acotar con mayor precisión el área de distribución del animal.
En mayo de 1991, mientras Flannery trabajaba en Australia, su ayudante en la isla de Nueva Guinea consiguió atrapar tres ejemplares de tenkile y colocarles un emisor alrededor del cuello, liberándolos posteriormente con la idea de que serían fácilmente localizables. Flannery voló inmediatamente a Nueva Guinea pensando que por fin se iba a producir el tan ansiado encuentro con un tenkile vivo. Nada más lejos de la realidad. El emisor de uno de los animales dejó enseguida de emitir señales y los otros dos ejemplares fueron hallados sin vida en el bosque. Aquello hizo que el desánimo se apoderase de Flannery, se sentía agotado física y psicológicamente tras años sin conseguir un ejemplar vivo del canguro.
Sin embargo, no mucho tiempo después, dos hombres de la tribu Wigotei llevaron hasta Flannery un joven ejemplar vivo de tenkile que había quedado huérfano después de que mataran a su madre. Por fin, tras unos siete años desde el comienzo de la búsqueda, el zoólogo australiano podía ver con sus propios ojos un individuo de la especie cuya existencia había intuido en 1985 y había descrito en 1990 basándose tan sólo en unos cuantos restos orgánicos.
Por desgracia, el joven tenkile no duró mucho tiempo en cautividad, pero sirvió como fuente de valiosa información sobre la especie.
El tenkile es el mamífero de mayor tamaño nativo de Melanesia. Su peso oscila alrededor de los 10 kg en promedio, siendo los machos ligeramente mayores. El color de su pelaje es entre marrón oscuro y negro. La constitución de su cuerpo es apta para desplazarse de árbol en árbol y saltar entre sus ramas. Su cola larga y flexible le permite moverse con gran agilidad en los niveles más altos de la selva. Las largas y poderosas garras (sobre todo las traseras) le ayudan a sujetarse con firmeza a las ramas y de esta manera escalar mejor el dosel vegetal.
Son animales diurnos. Según testimonios de los nativos, antes era común encontrarlos en pequeños grupos, pero hoy en día es más frecuente ver a una madre con su cría o animales solitarios, seguramente debido al declive poblacional. Aunque son necesarios más datos acerca de su alimentación, se sabe que son principalmente herbívoros, alimentándose sobre todo de hojas de los árboles, helechos, enredaderas, raíces, tubérculos...etc. Se les puede encontrar buscando alimento tanto en los árboles como en el suelo de la selva. De hecho, pasan en el suelo una proporción del tiempo mayor que otros canguros arborícolas. No se conoce ningún depredador de la especie a excepción del ser humano. Las investigaciones sugieren que el tenkile se reproduce en casi cualquier época del año. Las hembras paren una cría de cada vez (probablemente a veces dos), con intervalos de doce meses entre una gestación y la siguiente. Al tratarse de un marsupial posee la característica bolsa en la que se desarrollan sus crías.
Se trata de una especie con un área de distribución muy restringida, encontrándose tan sólo en la Cordillera Torricelli y el Monte Menawa, en la Cordillera Bewani, al oeste de las Montañas Torricelli. Habita los bosques montanos situados entre 900 y 1.700 metros de altitud en un área que no ocupa más de 150 kilómetros cuadrados. Hoy en día se estima que sobreviven unos 200 individuos maduros de la especie en la Cordillera Torricelli. No hay estudios fiables para la Cordillera Bewani, tan sólo se ha confirmado la presencia del animal en dicho emplazamiento y se sospecha que podría tratarse de una subespecie diferente principalmente debido al menor tamaño de los individuos.
El tenkile está clasificado como especie en peligro crítico de extinción por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Las dos principales amenazas para el animal son la caza para alimentación humana y la pérdida de hábitat debido a la conversión de los bosques en tierras destinadas a la agricultura de subsistencia y el crecimiento regional de las poblaciones humanas. Estos factores provocaron que durante la década del 2000 el animal estuviese a punto de extinguirse: se sospecha que su número total no superaba los 100 individuos en la Cordillera Torricelli. No se tienen datos acerca de la situación por aquel entonces en la Cordillera Bewani, pero la presión humana en esta última nunca ha sido demasiado elevada.
En 2001 fue establecido un programa de conservación de la especie denominado Tenkile Conservation Alliance. Dicha estrategia se ha traducido en un freno al declive de la población que desde entonces está recuperándose.
El Tenkile Conservation Alliance incluye un acuerdo con 50 poblaciones de la zona para cesar la caza del animal, un programa de monitoreo de la abundancia y distribución de la especie y acuerdos colaborativos de investigación. Además, el gobierno de Papúa Nueva Guinea se ha comprometido a establecer un área protegida de aproximadamente 200.000 hectáreas dentro del rango de distribución del animal.
Para terminar, señalar que el apellido "scottae" le fue dado a la especie por parte de Flannery y Seri en honor a Winifred Scott, quien ayudó a financiar las expediciones para la búsqueda del animal. Por esta razón el tenkile también es conocido con el nombre de "canguro arborícola de Scott".
Los equiúridos (Phylum Echiura), también conocidos como gusanos cuchara, son un grupo de invertebrados marinos considerados parientes cercanos de los anélidos, debido principalmente al parecido entre la larva trocófora de aquellos y la de los poliquetos. Algunas especies viven en galerías excavadas en la arena y el fango, mientras que otras viven en las grietas del coral, de las rocas, caparazones de erizos de mar, conchas de moluscos o lugares similares. La mayoría de especies habitan en aguas litorales templadas, pero también existen especies de aguas profundas. Se distribuyen por todos los océanos.
El cuerpo de los equiúridos se divide en dos regiones: un tronco cilíndrico no segmentado y una probóscide o trompa preoral extensible que frecuentemente es bastante más larga que el tronco. A lo largo de dicha probóscide se encuentra un surco ciliado que termina en la boca. Las paredes del cuerpo están formadas por capas musculares y el celoma (cavidad general del cuerpo) forma una especie de esqueleto hidrostático, ayudando a realizar los movimientos de contracción y relajación que el animal necesita para excavar el terreno. Suelen encontrarse con la trompa enterrada en el sedimento. Son animales solitarios que viven normalmente adheridos al sustrato, sin desplazarse sobre él. Su sistema nervioso está formado por un anillo nervioso alrededor del perímetro de la trompa y un cordón nervioso ventral que se extiende a lo largo del tronco y del que parten numerosas ramificaciones hacia la musculatura. No tienen órganos sensoriales especializados.
El equiúrido Bonellia viridis en su hábitat natural (fuente).
La mayoría de equiúridos son sedimentívoros, es decir, ingieren el sedimento para digerir los pequeños trozos de materia nutritiva que pueda contener. El proceso de alimentación consiste en extender la trompa sobre el sedimento fuera de sus galerías, curvándola ventralmente para formar un surco a lo largo del cual las partículas de alimento serán transportadas hacia la boca. En el género Bonellia, cuya trompa puede extenderse hasta 2 metros, las partículas pequeñas de alimento son trasladadas mediante el simple movimiento de los cilios a lo largo de la probóscide, mientras que las partículas mayores se mueven por una combinación de movimientos ciliares y musculares o solamente por acción muscular.
Los sexos en los equiúridos son separados. Existe una gónada única fija a la pared del vaso sanguíneo ventral que libera gametocitos en el celoma del tronco, los cuales madurarán dando gametos. Estos gametos se almacenarán en unos órganos llamados sacos genitales y serán liberados al agua de mar, donde tendrá lugar la fecundación. No existen evidencias de que los equiúridos se reproduzcan asexualmente. El desarrollo es indirecto y conduce a una larva con forma de peonza llamada larva trocófora, que puede durar desde unos pocos días hasta tres meses según las especies y se continuará con una metamorfosis gradual hasta la forma adulta.
Ejemplar de Bonellia buscando partículas alimenticias sobre el sedimento con la trompa extendida (fuente).
El género Bonellia destaca por su peculiar forma de reproducción. Ésta implica la existencia de un dimorfismo sexual extremo, con machos de mucho menor tamaño que las hembras y de aspecto muy diferente. La determinación del sexo es muy interesante en este género. Los machos son enanos, de alrededor de 1 a 3 mm de tamaño, y viven en el saco genital impar de la hembra. Generalmente, se encuentran unos 20 machos en una sola hembra. El macho no solo fecunda los huevos, sino que en la ovoposición secreta un material gelatinoso que sirve para unir los huevos entre sí. Dichos huevos se desarrollarán dando larvas trocóforas de vida libre y nadadoras, sexualmente indiferenciadas. Baltzer (1914) fue el primero en realizar experimentos de laboratorio acerca de la determinación del sexo en estos animales. En ellos observó que si las larvas se fijan a la probóscide de una hembra adulta, la mayor parte se convertirán en machos enanos. Ahora bien, si las larvas no entran en contacto con la probóscide de ninguna hembra, sufrirán una metamorfosis que las convertirá en hembras adultas con una longitud de alrededor de 10 cm.
Esquema que muestra la comparación en tamaño entre la hembra y el macho de Bonellia (fuente).
Seis décadas después, fue Leutert (1974) quien realizó experimentos de laboratorio incubando larvas tanto en presencia como en ausencia de hembras adultas. Leutert emplazó larvas indiferenciadas de Bonellia viridis en agua marina normal y en agua marina conteniendo fragmentos de la probóscide de una hembra. Pudo comprobar como la mayoría de larvas cultivadas en presencia de los trozos de probóscide se convertían en machos, mientras que en ausencia de dichos trozos de probóscide las larvas acababan dando hembras. El estímulo para el desarrollo de los machos es, aparentemente, una hormona producida por la probóscide de las hembras llamada bonelina. La hembra adulta de Bonellia excreta bonelina para atraer a las larvas. Sólo las hembras de la especie tienen la capacidad de secretar dicha hormona, que es también un biocida y recientes estudios han demostrado que posee propiedades antitumorales. La bonelina induce a las larvas indiferenciadas a entrar en la hembra a través de su proboscis. Una vez dentro, éstas viajarán hasta la pequeña cavidad del útero en la que se alojarán. Posteriormente, la larva experimentará ciertos cambios fisiológicos que permiten la diferenciación de unas gónadas masculinas productoras de esperma y empezará a fecundar los huevos que pone la hembra. Sin embargo, el mecanismo genético que permite esta transición no es bien conocido. El diminuto macho recibe a cambio protección ante predadores y una fuente de alimento continua.
Los bonélidos machos no tienen trompa, boca, ano ni sistema vascular-sanguíneo y sus necesidades metabólicas quedan cubiertas con los fluidos de la hembra en los que están inmersos. Esta determinación ambiental del sexo ayuda a las poblaciones de bonélidos a responder a la disponibilidad de madrigueras, evitando la competencia intraespecífica. Además, al "criar" la hembra a los machos que la van a fecundar en su interior, evita tener que realizar una búsqueda de pareja que podría resultar dificultosa.
Los equiúridos en general pueden ser un alimento importante en la dieta de algunos peces. Aparentemente, los tiburones utilizan la succión para extraer los equiúridos grandes de sus galerías.
Más información sobre los equiúridos y Bonellia viridis:
La cuaga o quagga fue un tipo de cebra que podía encontrarse al sur del río Orange, en el extremo más meridional del continente africano, hasta las últimas décadas del siglo XIX. En la actualidad existen tres especies de cebra: la cebra de Grevy (Equus grevyi), la cebra de montaña (E. zebra) y la cebra de llanura (E. quagga). Aunque se clasifican como especies separadas, todas ellas muestran (con pequeñas diferencias) un patrón muy similar de coloración, caracterizado por numerosas bandas de color negro sobre un fondo blanco que recorren su cuerpo desde el hocico hasta la cola. Sin embargo, la cuaga era bien diferenciable del resto de cebras en cuanto a su coloración. Mostraba un pelaje pardo rojizo con el abdomen y las patas de color blanco. Las bandas negras desaparecían en el lomo y en los cuartos traseros del animal, estando sólo presentes en la cara, el cuello, los costados y las crines. Parece haber tenido un alto grado de polimorfismo, con una variación que iba desde individuos prácticamente sin bandas, hasta ejemplares con un patrón de rayas similar al de las poblaciones más meridionales de la cebra de Burchell, una variedad de la cebra de llanura en la que las bandas desaparecen sólo de las extremidades. En cualquier caso, se piensa que la especial coloración de la cuaga respondía a una adaptación a los pastos amarillentos de las sabanas secas y abiertas que habitaba.
La posición taxonómica de la cuaga fue durante mucho tiempo controvertida, debatiéndose acerca de si se trata de una especie o por el contrario debe ser considerada una variedad de cebra de llanura. Inicialmente, en 1778, fue clasificada como especie separada (Equus quagga) por el naturalista Pieter Boddaert. Otros autores la relacionaron con la cebra de montaña, incluso algunos llegaron a afirmar que la cuaga era un caballo. Este hecho pudo ser debido a que varios taxidermistas utilizaron cráneos de estos animales o de asnos a la hora de montar ejemplares de cuaga para su exposición y su posterior análisis por taxónomos dio lugar a la confusión.
Representación artística de una quagga por Nicolás Marechal. Obra de 1793 (fuente).
Desde mediados del siglo XVII numerosos colonos principalmente de origen neerlandés, aunque también procedentes de Alemania y Francia se fueron asentando en Sudáfrica. Este hecho, sería a la postre decisivo en el devenir de la cuaga, que sufrió una caza indiscriminada por parte de estas poblaciones europeas y que culminó con la total desaparición del animal en estado salvaje durante las últimas décadas del siglo XIX. La cuaga era cazada fundamentalmente por su carne, por su piel y también para eliminar la competencia que ejercía sobre los pastos fuente de alimento para el ganado de los colonos. La limitada distribución geográfica del animal contribuyó a acelerar su desaparición, de tal manera que en la década de 1850 ya no se la podía encontrar en buena parte de su territorio original. La muerte del último ejemplar conocido en estado salvaje data de 1878.
Algunas cuagas fueron capturadas y enviadas a Europa para su exhibición en parques zoológicos, como el de Londres, donde vivió un ejemplar hasta su muerte en 1872 o el de Berlín, que acogería una de estas cebras hasta el año 1875. El animal del zoo de Londres es el único del que se conservan fotografías en la actualidad. La última cuaga conocida fue una hembra que murió en el zoo de Amsterdam en Agosto de 1883, después de vivir en él durante 16 años. La causa de la muerte no fue registrada.
Imagen de la única cuaga fotografiada en vida y que vivió en el zoo de Londres hasta 1872. Foto de Frederick York (fuente).
Probablemente, el primero en sugerir que la cuaga era una subespecie de la cebra de llanura fue Pocock en 1902, cuando el animal ya se encontraba extinto. El hecho de que la cuaga fuese descrita como especie antes que la propia cebra de llanura añadió incertidumbre al debate.
El estatus taxonómico del animal siguió sin resolverse definitivamente durante mucho tiempo, hasta que a finales de la década de 1960 aparece en escena el naturalista alemán Reinhold Rau, quien estaba convencido de que la cuaga no había sido una especie en sí misma, sino una variedad de la cebra de llanura y por eso podía ser traída de vuelta desde la extinción. Durante aquellos años, Rau recolectó muestras de tejidos de varios especímenes de cuaga expuestos en museos alrededor del mundo para enviárselos un tiempo después a Russel Higuchi, del laboratorio de evolución molecular de la Universidad de California en Berkeley. Higuchi clonó y secuenció fragmentos del ADN mitocondrial de dichos tejidos y lo comparó con el de la cebra de montaña y la de llanura, obteniendo como resultado que era idéntico al de esta última especie. Un estudio inmunológico llevado a cabo por Lowenstein (también en los años 80) en San Francisco, arrojó exactamente los mismos resultados. Por si esto fuera poco, un estudio más exhaustivo de secuenciación del ADN de 13 especímenes pertenecientes a distintos museos llevado a cabo en 2005, confirmó definitivamente que la cuaga descendía de una población aislada de la cebra de llanura probablemente en el Pleistoceno, hace entre 120.000 y 290.000 años. La población se adaptó a vivir en un entorno distinto al habitual y ese aislamiento dio lugar a una nueva subespecie muy diferente de las demás en el color del pelaje. Desde entonces, es ampliamente aceptada la designación de la cebra de llanura con el nombre Equus quagga, usándose para designar a la cuaga el nombre E. q. quagga. Es de interés aclarar en este punto que la palabra quagga proviene del vocablo hotentote utilizado por este pueblo para describir onomatopéyicamente el sonido característico emitido por las cebras de llanura.
Los resultados de todos estos estudios avalaban la hipótesis de Rau de la posible "resurrección" de la cuaga mediante un programa de cría. Al tratarse de una subespecie de la cebra de llanura, los genes que proporcionaban el característico color del pelaje de las cuagas podrían aflorar y manifestarse de nuevo si se seleccionaban y cruzaban entre sí los individuos adecuados. De esta manera, en 1987 echó a andar el ambicioso proyecto del taxónomo alemán para traer de vuelta a un animal extinto un siglo atrás. Nacía el llamado "Proyecto Quagga".
Para echar a andar el proyecto, el primer paso fue establecer en 1986 un comité de expertos formado por zoólogos, veterinarios, personal de museo y biólogos moleculares. Diecinueve cebras de llanura fueron seleccionadas procedentes del Parque Nacional Etosha y varias reservas de Sudáfrica y fueron establecidas en un recinto en Vrolijkheid (provincia del Cabo Occidental, Sudáfrica). Fueron elegidas debido a que mostraban una notable reducción del número de bandas en la parte posterior del cuerpo, o bien un tono más oscuro del pelaje. Dieciocho de las diecinueve cebras iniciales produjeron descendencia. El primer potro nació en 1988. La manada fue creciendo y los ejemplares fueron distribuidos por diferentes granjas de cría, intentando siempre hacer los agrupamientos idóneos. Aquellos descendientes con un mayor número de rayas fueron apartados del programa.
El proyecto quagga es único en el mundo, ya que no se trata de una manipulación genética, sino de un programa selectivo de cría para revivir a un animal que se encontraba extinto. Al comienzo del proyecto, sus promotores calcularon que empezarían a ver los resultados en la cuarta generación de cría. Sin embargo, los potros nacidos en la tercera generación (hacia el año 2005) ya mostraban un aspecto muy parecido a las cuagas exhibidas en museos. La reducción de bandas en la parte posterior del cuerpo y en las extremidades es evidente. Por otro lado, el oscurecimiento del pelaje está llevando más tiempo, pero se ha observado que aquellos ejemplares que tienen un número de bandas más reducido también oscurecen el color de fondo de su pelaje en algún tono. La notable reducción del número de rayas respecto a la generación inicial del proyecto en unas pocas generaciones supone variaciones significativas ya sea en los genes implicados en el color del pelaje o en las regiones genómicas que controlan la expresión de dichos genes. La correlación observada en los individuos entre el número de franjas en el cuerpo y en las extremidades hace pensar a los científicos que un sólo gen es responsable (al menos primariamente) del número de bandas en estas partes del cuerpo. La amplia variación mostrada entre individuos para este carácter sugiere que ese gen (o su región de control) es multialélico, siendo la mayoría de individuos de la población heterocigotos para dichos alelos.
Sello postal de Tanzania con la imagen de la cuaga (fuente).
Sin embargo, el proyecto de recuperación de la cuaga también tiene sus detractores. Algunos conservacionistas creen que a pesar de que los animales que se están criando tienen el patrón de coloración de la cuaga, no es correcto referirse a ellos como cuagas, ya que no poseen otros caracteres de adaptación a su entorno (visibles externamente o no) que pueden haber poseído las verdaderas cuagas extintas y que las distinguían aún más del resto de las cebras de llanura. Los científicos implicados en el proyecto quagga, afirman que al no conocerse otros caracteres que distinguieran a estas cebras del resto de cebras de llanura a parte del color de su pelaje, está justificado afirmar que los animales criados por el programa son verdaderas cuagas.
El proyecto quagga ha atraído la atención de numerosos turistas que se acercan a la provincia sudafricana de El Cabo Occidental para observar a estos animales, los cuales se encuentran accesibles al público en las diferentes localidades de cría. El objetivo ahora es liberar juntos a los animales criados en una reserva nacional lejos del contacto con otros tipos de cebras para evitar perder el trabajo de cría selectiva llevado a cabo durante más de treinta años.
Los científicos conocen la existencia de gorilas al menos desde la década de 1840. En 1847 el misionero, médico y naturalista Thomas Staughton Savage, encontró en Gabón varios cráneos y algunos huesos de una especie de simio de gran tamaño hasta aquel momento desconocida para la ciencia. De vuelta a los Estados Unidos con su hallazgo, realizaría junto al anatomista y naturalista Jeffries Wyman la descripción formal de la nueva especie, bautizándola como Troglodytes gorilla. Se trataba del gorila de llanura occidental, circunscrito a las tierras bajas del centro-oeste de África. Sin embargo, hacia 1860, el oficial del ejército británico en la India y explorador de África John Hanning Speke, ya había recogido testimonios de nativos describiendo un "enorme monstruo", de aspecto similar a un simio gigante, que supuestamente habitaba las Montañas Virunga, en el este del continente, concretamente en la zona fronteriza entre la República Democrática del Congo, Ruanda y Uganda. En 1898, el explorador, político y emprendedor inglés Ewart Scott Grogan (quien fuera el primer humano en cruzar África a pie desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo), encontró a su paso por las Montañas Virunga el esqueleto de un simio de gran tamaño. Debido a las grandes dimensiones del animal y para desconsuelo del mundo científico, decidió dejar el esqueleto en el mismo lugar en que lo había encontrado. No obstante, por aquellos años ya existía un gran interés entre los científicos occidentales por estos supuestos grandes simios del este de África.
Hubo que esperar hasta el comienzo del nuevo siglo por la prueba definitiva de su existencia. En Octubre de 1902, el oficial alemán Robert Oskar von Beringe, divisó un grupo de estos animales en su ascenso al monte Sabinio, en la Cordillera Virunga. El oficial disparó a dos ejemplares mientras estos intentaban alcanzar la cima de un volcán, para posteriormente enviar el cráneo y parte del esqueleto de uno de ellos a su colega Paul Matschie, zoólogo del Museo de Historia Natural de Berlín. Matschie no tardaría en clasificar el animal como una nueva especie, a la que nombró Gorilla beringei, aunque un tiempo después fue reclasificado como subespecie, pasando a ser Gorilla gorilla beringei, el popularmente conocido como "gorila de montaña".
La noticia del descubrimiento de esta nueva especie propició el comienzo de una caza masiva del animal, convirtiéndose en uno de los trofeos más preciados entre los cazadores de la época. Entre 1902 y 1925 al menos 54 gorilas de montaña fueron abatidos en las Montañas Virunga. Con frecuencia las imágenes de gorilas muertos fueron publicadas en la literatura científica y popular, con los animales posando junto a nativos africanos (para resaltar el gran tamaño de los primeros) o colgados en posición de crucifixión. Una de las cacerías más famosas y de mayor envergadura de la época fue la llevada a cabo por la expedición zoológica del príncipe Guillermo de Suecia en 1921, en la que fueron abatidas 1.700 aves y 1.000 mamíferos, entre los que se encontraban 14 gorilas de montaña.
Uno de los gorilas disparado por Robert von Beringe en las Montañas Virunga (C) Andreas von Beringe (fuente).
El descubrimiento de las poblaciones de gorilas en el este del continente, puso en marcha numerosos intentos de clasificación de estos animales por parte de los taxónomos, sin haber unanimidad al respecto. De hecho, podemos decir que aún hoy en día persisten algunas discrepancias.
Fue Ernst Schwarz en 1928 el primero en intentar reducir el elevado número de especies y subespecies propuestas por diferentes expertos en los años previos, proponiendo clasificar todas las variantes del animal en una única especie (Gorilla gorilla) que incluiría siete subespecies diferentes. Sin embargo, esta clasificación fue considerada algo aleatoria, ya que simplemente se limitó a separar grupos geográficos, sin describir diferencias reales entre ellos. La primera gran revisión de la taxonomía del gorila y que tendría gran aceptación durante las siguientes cuatro décadas, sería llevada a cabo por Coolidge en 1929. Al igual que Schwarz, Coolidge clasificó todas las poblaciones de gorila dentro de la misma especie (Gorilla gorilla), pero reconoció sólo dos subespecies: G. g. gorilla (poblaciones del oeste) y G. g. beringei (poblaciones del este). Mientras, autores como Schultz (1934) y Vogel (1961) creían que las diferencias entre las poblaciones occidentales y las poblaciones orientales de estos animales eran suficientemente grandes como para separarlos en dos especies diferentes.
A finales de la década de 1960, Colin Groves empezó a trabajar en la taxonomía del gorila. Su aportación sería fundamental y sus extensos estudios sobre el tema contribuyeron de manera decisiva a la propuesta de clasificación de estos animales llevada a cabo en la conferencia de expertos en primatología celebrada en Orlando (E.E.U.U.) en el año 2000 y que se ha convertido en la más aceptada por el mundo científico hasta nuestros días. Los nuevos métodos de genética molecular junto a métodos taxonómicos más tradicionales han permitido separar a los gorilas en dos especies distintas: el gorila occidental (Gorilla gorilla) y el gorila oriental (Gorilla beringei). A su vez, dentro del gorila occidental se distinguen dos subespecies: G. g. gorilla (el gorila occidental de llanura) y G. g. diehli (el gorila del estado nigeriano de Cross River). Dentro de la especie del este encontramos otras dos subespecies: G. beringei beringei (el gorila de montaña), G. b. graueri (el gorila de llanura oriental), además de el gorila de Bwindi, población que habita el impenetrable bosque Bwindi (Uganda), aún sin nombrar científicamente y cuya separación como subespecie es discutida.
Grupo de gorilas de montaña en su hábitat natural (fuente).
El gorila de montaña se diferencia de sus congéneres de llanura por poseer un pelaje más grueso y largo, condición necesaria para sobrevivir en las frías y húmedas montañas que habita. El color del pelaje es negro azabache en comparación con un color más pardo-grisáceo de los gorilas de tierras bajas. Además, el gorila de montaña es más grande y robusto, con un pecho y cuerpo en general más anchos. Las mandíbulas y los dientes son más largos, aunque las extremidades son algo más cortas que las de sus parientes.
En términos generales, podemos decir que la altura de los gorilas de montaña oscila entre 1.2 y 1.8 metros y el peso entre 136 y 220 kilogramos, siendo los machos de mayor tamaño que las hembras, aunque estas medidas pueden ser superadas por algunos ejemplares, especialmente gorilas cautivos en zoos, que frecuentemente se ven afectados por sobrepeso.
Los machos adultos poseen una pronunciada cresta sagital en su cráneo y se caracterizan por el color plateado de su espalda. La expectativa de vida de estos animales (ambos sexos) ronda unos 35 años en promedio, aunque ejemplares en cautividad pueden vivir más tiempo.
Son animales capaces de trepar a los árboles, pero pasan la mayor parte de su vida en el suelo. Forman grupos de hasta 30 individuos liderados por un "espalda plateada", un macho dominante adulto que organizará actividades como buscar alimento, construir nidos con ramas y hojas para descansar o explorar un territorio que puede abarcar hasta 25 km cuadrados.
El periodo de gestación de los gorilas dura unos nueve meses, después de los cuales la hembra dará a luz a una sola cría que permanecerá junto a ella durante los dos o tres primeros años de su vida.
Macho "silverback" o "espalda plateada" junto a hembra (fuente).
Actualmente, los gorilas de montaña viven distribuidos en dos subpoblaciones separadas entre sí y rodeadas por terrenos alterados para la agricultura por elevadas densidades de humanos. La subpoblación del sur ocupa las Montañas Virunga, en un espacio que abarca tres áreas destinadas a su protección: el Parque Nacional Virunga (Rep. Dem. del Congo), el Parque Nacional de los Volcanes (Ruanda) y el Parque Nacional de los Gorilas de Mgahinga (Uganda). La otra subpoblación ocupa el Parque Nacional de Bwindi, en el suroeste de Uganda, unos 25 km más al norte, así como la Reserva Natural de Sarambwe, en la Rep. Dem. del Congo.
Estos animales habitan bosques entre los 1.400 y los 3.800 metros de altitud, compuestos por varios tipos de vegetación afromontana, como bosques de bambú, bosque mixto o bosque subalpino, todos ellos caracterizados por una densa vegetación a nivel del suelo y una relativamente escasa cobertura vegetal en niveles más altos. Durante la estación lluviosa los gorilas frecuentan los bosques de bambú en busca de los brotes tiernos. Ambas subpoblaciones se alimentan principalmente de vegetación de porte herbáceo, aunque los gorilas de Bwindi, como consecuencia de vivir a menor altitud (1.400-2.500 m), incorporan a su dieta una cantidad considerable de frutos, ya que a estas altitudes son mucho más abundantes. Los insectos y otros pequeños invertebrados como caracoles o larvas constituyen una parte casi insignificante de su dieta.
A pesar de los esfuerzos de conservación realizados y de la monitorización de estos animales llevada a cabo desde la década de 1950, el gorila de montaña se encuentra dentro de la categoría de especie en peligro según los criterios de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). En 1989 había 620 individuos, mientras que el censo de 2018 arrojó una cifra de 1.004 gorilas, perteneciendo 604 de ellos a la subpoblación de las Montañas Virunga y 400 a la subpoblación de Bwindi. Estos datos muestran una ligera tendencia a la recuperación poblacional, pero aún insuficiente para considerarlos fuera de peligro.
Sello postal de Ruanda dedicado al gorila de montaña (1985) (fuente).
Los gorilas de montaña se enfrentan a numerosas amenazas que han provocado el declive de su población desde que fueran descubiertos en 1902. Una de las principales es la pérdida de hábitat: más de 100.000 seres humanos comparten hábitat con estos simios, disminuyendo drásticamente la extensión de los bosques para destinar las tierras al cultivo y provocando su reducción a parches boscosos cada vez más pequeños entre los asentamientos humanos. Es frecuente que los habitantes de poblaciones que rodean las áreas protegidas en las que viven estos animales, realicen incursiones ilegales dentro de ellas en busca de recursos como agua, madera, cazar animales o simplemente usen las tierras como pasto para su ganado.
Otro importante problema al que han tenido que enfrentarse estos simios durante su existencia son los conflictos armados de la zona. Entre 1990 y 1994, miles de refugiados de la guerra civil ruandesa se instalaron en los límites del Parque Nacional Virunga, alterando la vida de los gorilas con actividades como quemas y talas incontroladas o caza furtiva. Los refugiados no abandonaron los improvisados campamentos hasta 1996. Aún así, los conflictos en la zona siguen siendo frecuentes, con grandes áreas bajo el control de milicias rebeldes que hacen casi imposible a los gobiernos la vigilancia de los hábitats protegidos.
La caza es otra amenaza importante. Estos gorilas han sido tradicionalmente cazados por su carne, además de servir como trofeos o para el comercio con sus crías. Algunos grupos de gorilas se han acostumbrado a la presencia humana (grupos de turistas e investigadores), lo cual los hace más vulnerables a los ataques y a la caza furtiva. Las trampas preparadas para otros animales como los antílopes, pueden causar serios daños a los gorilas, incluso la muerte.
Cabe destacar el papel de las enfermedades de transmisión humana. A medida que más personas invaden sus territorios y crece el turismo enfocado a visitar a los gorilas, diferentes patógenos son introducidos en sus poblaciones. Muchos microorganismos que causan enfermedades en humanos lo hacen también en los gorilas, debido a la semejanza genética entre ambas especies. Las infecciones respiratorias están aumentando su frecuencia entre los simios de Virunga, así como la presencia de parásitos gastrointestinales. Se han detectado incluso epidemias como el sarampión, que obligó a vacunar a más de 60 gorilas y se sabe que estos animales pueden verse afectados por el virus del ébola.
Si todo esto no fuera suficiente, el cambio climático también podría afectar a estos animales en el futuro. El incremento de las temperaturas y el cambio en los patrones de precipitación podrían afectar a la disponibilidad de alimento, provocando que los gorilas tengan que migrar a mayores altitudes en las montañas, lugares en los que la disponibilidad de recursos puede no ser suficiente para mantener a una población de estos animales. Además, las temperaturas extremas provocan que las noches en las montañas cada vez sean más gélidas, trayendo consigo la necesidad de un mayor aporte calórico para mantener la temperatura corporal y por tanto mayor demanda de alimento. Ya han sido registrados fallecimientos de bebés gorila a causa de hipotermia.
Por último, cabe destacar el papel tan importante que ha tenido en el estudio y conservación del gorila de montaña la primatóloga estadounidense Dian Fossey, quien pasó gran parte de su vida junto a estos animales en África. Fossey escribió el libro "Gorilas en la niebla", en el cual se basó la película del mismo título protagonizada por Sigourney Weaver y por cuya interpretación fue nominada al Óscar y ganó un Globo de Oro. La obra de Fossey contribuyó decisivamente a la protección de estos simios desmitificando su comportamiento violento y presentándolos como realmente son, pacíficos e inteligentes animales vegetarianos que sólo muestran agresividad hacia los humanos si son molestados.
El dodo o dronte fue un ave columbiforme no voladora de considerable tamaño que vivió en la isla de Mauricio, situada en el océano Índico, unos 800 kilómetros al este de Madagascar. Nombrado inicialmente Struthio cucullatus (Linnaeus, 1758), pasó unos años después a denominarse Didus ineptus, para ser bautizado definitivamente como Raphus cucullatus. A pesar de que se saben muy pocas cosas con certeza acerca de su biología, pocas especies han suscitado tanto interés por el mundo científico y el público en general (especialmente desde su aparición como personaje en la obra de Lewis Carroll "Alice in wonderland"), llegando a convertirse en un auténtico icono de la extinción, superado tal vez sólo por los dinosaurios.
Seguramente los primeros humanos en entrar en contacto con el ave fueron los comerciantes árabes, quienes ya navegaban por el océano Índico en el siglo XIII. Con bastante probabilidad conocían la especie, pero no dejaron ningún testimonio escrito. Los siguientes en llegar a Mauricio fueron los portugueses (1516), pero en la isla no se estableció ningún asentamiento permanente hasta la llegada de los holandeses (1598). La Compañía Holandesa de las Indias Orientales utilizó Mauricio como puerto para la carga de provisiones y el carenado de barcos. Fue durante estos años cuando se empezaron a realizar las primeras descripciones del dodo, la mayoría de ellas en los diarios de a bordo de barcos holandeses que atracaban en el puerto y en otras publicaciones de la compañía. La primera mención pública del animal data de 1599, cuando una breve publicación sale a la luz tras el regreso a Europa de los primeros barcos de la flota capitaneada por Jacob Corneliszoon van Neck, la expedición que supuso la conquista por parte de Holanda de la isla Mauricio. Dicha publicación, fue editada y ampliada con nueva información procedente de nuevos navíos regresados a Holanda en 1600 y 1601, dando lugar a la obra Het Tweede Boeck, que incluiría un grabado mostrando diferentes actividades diarias realizadas por los marineros en sus campamentos, junto a la primera imagen que conocemos del dodo, además de otras especies animales y vegetales de la zona. No transcurriría ni un siglo desde las primeras descripciones hasta que el dodo fue llevado a la extinción.
Representación artística del dodo por Roelandt Savery (1626), (fuente).
Como es habitual que suceda en los casos de especies extintas en periodo histórico, no hay una fecha exacta e indiscutible para la desaparición del dodo. El último avistamiento aceptado como fiable tuvo lugar en 1662, cuando un marinero de nombre Volkert Evertsz, procedente de un barco naufragado, describió cómo él y sus compañeros habían capturado varios animales en un islote frente a la costa de Mauricio. Posteriormente a 1662 han aparecido algunos testimonios de avistamientos, como el de un esclavo fugado que afirmó haber visto al animal en 1674, u otros testimonios de 1668 y 1681, pero todos ellos fueron descartados por considerarse que muy probablemente el dodo había sido confundido con el rascón rojo, un ave de características similares ahora extinta que también habitó Mauricio e islotes cercanos. Incluso el testimonio de Evertsz es puesto en duda por el experto en extinciones Errol Fuller, quien ve en la descripción del marinero una reacción más propia de un grupo de rascones rojos que de los propios dodos al ser cazados. Si a esto añadimos que el último avistamiento creíble había sido 24 años antes, es decir, en 1638, estamos ante una especie que como mínimo era muy escasa en 1662, si no se encontraba ya extinta.
En 2003, tomando en cuenta las fechas oficiales de todos los avistamientos del animal (desde 1598 hasta 1662), los investigadores David Roberts y Andrew Solow, mediante el uso de un algoritmo estadístico llegaron a la conclusión de que la fecha más probable de su extinción es 1690.
Sello postal de Mauricio con la imagen del dodo (fuente).
Si no se sabe exactamente cuando, tampoco se sabe a ciencia cierta la causa o las causas que llevaron a su extinción.
Tradicionalmente se ha atribuido su desaparición a la caza indiscriminada por los marineros que desembarcaban en la isla. Los dodos no poseían la capacidad de volar y eran aves de movimientos bastante torpes. No contaban con depredadores naturales en la isla, lo cual hacía que no reaccionasen huyendo ante la presencia de los humanos, por lo que era fácil acercarse a ellos. Se sabe que los colonos de isla Mauricio cazaron al animal para alimentarse, pero se discute que esta haya sido la principal causa de su extinción, ya que los asentamientos holandeses en la isla no reunieron mucha gente (se calcula que alrededor de un centenar de personas). Además, sabemos que la carne de dodo no era especialmente sabrosa, refiriéndose a ella algunos testimonios como "demasiado dura", por lo que los colonos preferirían comer otros animales, como loros o palomas. Por otra parte, un estudio de 2013, demostró que los pozos de desechos de los primeros asentamientos en Mauricio contenían huesos de muchos animales, pero ninguno de dodo. Todas estas evidencias apuntan a que la caza directa por parte del ser humano no tuvo un efecto tan devastador sobre la especie como se venía creyendo.
Los animales que los colonos europeos llevaron consigo a la isla tuvieron un papel fundamental en la extinción del dodo. Animales domésticos como perros, gatos y cerdos, además de algunos monos y las ratas que viajaban escondidas en los barcos, saquearon los nidos de una especie a la que se atribuye una baja tasa reproductora. No sólo eso, sino que los animales recién llegados introdujeron en la isla enfermedades que pudieron acabar con parte de la fauna local.
Otra causa de la extinción del dodo es atribuida a la destrucción de los bosques por parte de los europeos, disminuyendo así los hábitats naturales en una isla que hasta ese momento no había sido testigo de la presencia continuada del ser humano.
El aspecto rechoncho que estamos acostumbrados a ver en las representaciones del dodo, está basado muy probablemente en ilustraciones realizadas a partir de individuos sobrealimentados por sus propietarios. Unos pocos ejemplares del animal fueron transportados y llegaron vivos a Europa y el lejano oriente (algunos otros murieron por el camino), donde fueron una sensación de la época, siendo sus dueños gente adinerada que presumía de sus mascotas con orgullo. Como por ejemplo el individuo exhibido en una tienda de Londres durante 1638, propuesto durante muchos años como el ejemplar del que proceden los restos que aún hoy se conservan en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford (el cráneo con algún resto de tejidos blandos y los huesos de una pata). Pero un examen con técnicas de imagen en 2018 descubrió que tenía numerosos balines de plomo de los utilizados en el siglo XVII para cazar aves incrustados en la parte posterior del cráneo.
A pesar de que eran aves grandes, hoy en día se piensa que los dodos no eran tan voluminosos como muestran las representaciones artísticas, sino que eran más delgados. Sabemos, por los testimonios escritos de los exploradores, que estas aves se alimentaban de semillas y frutos de diversas especies vegetales de isla Mauricio, como varios tipos de palmeras, cocos o los frutos del tambalacoque (Sideroxylon grandiflorum), también llamado árbol del dodo. A su vez, pudieron alimentarse de bulbos y raíces. Incluso se ha sugerido que los cangrejos y otros invertebrados marinos pudieran haber formado parte de su dieta. Es probable que almacenaran grasas durante la época de alta disponibilidad de recursos para sobrevivir a los meses en los que más escaseaban los frutos y semillas (meses de invierno).
Aspecto real del dodo según los trabajos de Kitchener y colaboradores. Dibujo del artista Richard Geer.
Como se ha dicho, eran aves grandes, de hasta un metro de altura y un peso que, según los estudios más recientes, superaría los 10 kg pero no llegaría en ningún caso a superar los 20 kg para los ejemplares en estado salvaje. La especie mostraba un claro dimorfismo sexual, siendo los machos de mayor tamaño que las hembras y con un pico proporcionalmente más grande. El cráneo era más robusto que el de otros columbiformes y el pico terminaba en un gancho hacia abajo. Esta forma del pico les habría ayudado a abrir los grandes frutos y semillas de los que se alimentaban. Las alas eran vestigiales, demasiado pequeñas para levantar en vuelo a unas aves de semejante tamaño. La coloración del plumaje aún se discute hoy en día, ya que los testimonios escritos son bastante contradictorios en este sentido. Algunas descripciones hablan de un plumaje grisáceo, otras le atribuyen un color pardo, negro o incluso blanco. Algunas aves autóctonas de isla Mauricio muestran un patrón de muda del plumaje después del periodo reproductor y esta característica podría haber sido compartida por los dodos.
El tipo de hábitat en el que desarrolló su existencia esta especie fueron los bosques tropicales que cubren gran parte de la superficie de la isla Mauricio.
Las nidadas del dodo estaban compuestas por un sólo huevo de gran tamaño. El nacimiento de las crías probablemente se producía en Agosto, coincidiendo con el periodo de mayor abundancia de recursos en la isla. Se piensa que los adultos retenían alguna característica juvenil relacionada principalmente con el plumaje y el escaso desarrollo pectoral, lo cual supondría uno de los pocos ejemplos de pedomorfosis que encontramos en las aves.
El pariente evolutivo actual más cercano al dodo es la paloma de Nicobar, que habita algunas islas del océano Índico.
Reconstrucción del esqueleto de un dodo en Billingshurst (Inglaterra), (fuente).
En 1973 el investigador especialista en ecología de las aves Stanley Temple se desplazó a isla Mauricio para estudiar el árbol del dodo (Sideroxylon grandiflorum), anteriormente conocido como Calvaria major. Por aquel entonces, quedaban en la isla tan sólo 13 árboles de esta especie, todos ellos individuos centenarios que habían nacido antes de 1680. Temple trató de demostrar la relación entre la desaparición del dodo y el declive en la población de este árbol. Algunas semillas requieren ser escarificadas para poder germinar tras haber pasado por el aparato digestivo de un animal que se ha alimentado de los correspondientes frutos. Para demostrar que el dodo había sido el diseminador de las semillas de Sideroxylon, Temple elaboró un experimento muy sencillo que consistió en dar de comer estos frutos por la fuerza a pavos domésticos (los animales actuales más parecidos al dodo que habitan la isla). Después de pasar por el aparato digestivo de los pavos, Temple observó como germinaban tres semillas de la especie, fenómeno que no ocurría en la isla desde hacía casi 300 años. Aunque este experimento no demuestra al 100% que el dodo era el diseminador de esta especie vegetal, sí consigue dar un paso importante en la creencia que se tiene desde hace mucho tiempo de que estos árboles dependían en gran medida del dodo para su supervivencia, además de haber salvado al árbol del dodo de correr la misma suerte que la popular ave que nos ocupa en este artículo.
Por último, destacar que han sido pocos los restos de Raphus cucullatus que han llegado hasta nuestros días. Aparte de los citados restos conservados en Oxford, existen otro puñado repartidos por colecciones de museos entre Europa, Estados Unidos y algunos lugares de Asia. Muchos de estos restos proceden del yacimiento de Mare aux Songes, excavado en 2005 y en el que se encontró por ejemplo el esqueleto casi al completo de un individuo. Habría que añadir otro esqueleto casi entero encontrado en una cueva por unos excursionistas y un huevo de la especie que se expone en el museo de East London, en Sudáfrica.
Inicialmente bautizada como Typhlomolge rathbuni y actualmente conocida con el nombre científico de Eurycea rathbuni, la salamandra ciega de Texas es un endemismo del sistema de cuevas subterráneas que forma el acuífero Edwards cerca de San Marcos, en la zona central de Texas (Estados Unidos).
La especie fue descubierta en 1896, durante la construcción de un pozo de casi 60 metros de profundidad excavado justo donde hoy en día está el campus de la Universidad Estatal del Suroeste de Texas y que serviría para abastecer de agua el criadero federal de peces situado en la localidad de San Marcos (Condado de Hays), sobre el acuífero Edwards. La descripción original de la salamandra fue realizada por Leonhard Stejneger, quien fuera conservador de anfibios y reptiles en el Museo Nacional de Estados Unidos. En los años posteriores a su descubrimiento, el número de ejemplares observados disminuyó considerablemente año tras año y la especie fue cayendo en el olvido, hasta que en 1938 los espeleólogos Charles E. Mohr y Kenneth N. Dearolf decidieron explorar una de las cuevas del complejo subterráneo conocida como Ezell´s cave, en la cual habían sido avistados algunos individuos. Ambos hombres descendieron por la entrada de la cueva haciendo uso de una cuerda y llegaron a una laguna poco profunda tras recorrer estrechos pasadizos de unos treinta metros de longitud. Durante las primeras visitas a la cueva no encontraron ni rastro de la salamandra ciega. Sin embargo, no se irían de vacío, ya que consiguieron hacerse con ejemplares de una especie de platelminto y dos especies de crustáceos hasta ese momento desconocidas para la ciencia. Fue en su cuarto descenso a la cueva cuando los dos hombres capturaron un ejemplar de la salamandra ciega de Texas. Dicho ejemplar era uno de los de mayor tamaño observados hasta entonces. Fue depositado en un acuario y estudiado en detalle por el Dr. Carl H. Eigenmann.
En las décadas siguientes, de nuevo pocos ejemplares salieron a la luz, hasta que a finales de los años 70 el profesor de Biología en la Universidad Estatal del Suroeste de Texas Glenn Longley, comenzó una campaña extensiva de captura mediante red de estos animales, de tal manera que durante la década de 1980 fueron atrapados numerosos individuos, incluyendo localizaciones del sistema subterráneo de cuevas en las que anteriormente no habían sido vistos.
Una salamandra ciega de Texas fotografiada por Ryan Hagerty / USFWS (fuente)
El hábitat de estas salamandras son diversas cavernas, cuevas, pozos y conductos subterráneos inundados por el agua en el área de la citada localidad de San Marcos. Han sido observadas ocasionalmente ascendiendo por la superficie de rocas o nadando en aguas abiertas. En algunas zonas solo se conocen individuos que han sido drenados en pozos artificiales.
Como resultado de la adaptación a vivir en un ambiente acuático y carente de luz, estas salamandras muestran ciertos rasgos anatómicos peculiares. Por ejemplo, sus ojos se fueron haciendo más y más pequeños a lo largo de la evolución de la especie, de tal manera que son ojos vestigiales (no funcionales) y aparecen como dos pequeños puntos negros debajo de la piel. Los antepasados de estos animales vivían en superficie y poseían ojos bien desarrollados, pero los actuales descendientes de aquellos animales no necesitan el sentido de la vista para desenvolverse en unas cuevas a las que no llega la luz. Como contrapartida, han desarrollado otros sentidos y estrategias para sobrevivir en estos inhóspitos lugares: están dotadas de una especial habilidad para detectar cambios en las corrientes de agua, algo parecido a la línea lateral de los peces. De esta manera, pueden sentir la presencia de presas a su alrededor.
Poseen branquias externas (rasgo neoténico), lo que les permite pasar todo su tiempo en las aguas subterráneas, sin tener que salir a superficie en busca de oxígeno. Sus extremidades se han transformado para adaptarse a la vida en el agua. Son muy largas y delgadas, ya que el propio medio líquido ayuda a sostener el peso de su cuerpo. Además, su cola está aplanada lateralmente y recorrida por una pequeña aleta caudal que las ayuda a propulsarse por el agua.
A la hora de cazar, suplen su falta de vista con estrategias que las ayudan a ocupar la cúspide de la pirámide alimentaria de su ecosistema. Se arrastran por el fondo de las cuevas moviendo su cabeza hacia delante y detrás. Cuando localizan una presa abren rápidamente la boca aspirándola. Sus numerosos y afilados dientes les ayudan a retener a los pequeños animales apresados evitando que se escapen.
Estos animales han desarrollado la capacidad de detectar sustancias químicas en las aguas que les ayudan a diferenciar entre congéneres machos y hembras en la época reproductora.
Como resultado de la evolución en un entorno sin luz, las salamandras ciegas han perdido la pigmentación de su piel, mostrando una coloración muy pálida, blanquecina, a excepción de sus branquias, que son de un color más rojizo debido a la gran cantidad de sangre que circula por su interior.
Los adultos miden aproximadamente entre 8 y 14 centímetros de longitud.
La población total de estas salamandras se desconoce, ya que es muy difícil acceder a la profundidad de las cuevas que habita. La mayoría de animales se obtienen en los pozos artificiales al ser arrastrados por el agua. En los años posteriores a la construcción del pozo en San Marcos, solían emerger más de cien individuos por año, pero esta cifra enseguida decayó a unos pocos ejemplares anuales. Actualmente aún es bastante frecuente poder atraparlas mediante el uso de redes en alguno de los pozos excavados para extraer el agua del acuífero Edwards, aunque el número de capturas varía mucho entre un año y otro. El criadero federal de peces de San Marcos mantiene hoy día alrededor de 200 ejemplares, la mayoría de ellos capturados mediante red en alguno de los pozos cuando se encontraban en edad juvenil. Los animales en cautividad aseguran una reserva de efectivos en caso de ocurrir una catástrofe que acabase con la población en libertad de la especie.
No se conocen en profundidad los hábitos alimenticios de estos animales. Se supone que se alimentan de invertebrados acuáticos como anfípodos, caracoles de agua y el camarón tejano de cueva, especie típica del complejo de cuevas subterráneas del acuífero Edwards. Ocasionalmente han sido vistos individuos comiendo lombrices de tierra o intentando cazar insectos en la superficie de las aguas. No se sabe a ciencia cierta si tienen depredadores naturales.
Situación de la localidad de San Marcos (Hays County) en el acuífero Edwards, Texas central (fuente)
La mayoría de datos que se conocen acerca de su reproducción han sido obtenidos a partir de salamandras en cautividad. Se sabe que las hembras maduran y se reproducen durante todo el año, sin responder a ciclos estacionales. Las hembras asumen un papel activo en estimular al macho a aparearse, realizando comportamientos como frotar su barbilla por la espalda del macho, arañarlo o abanicarlo con su cola. El macho deposita un espermatóforo en una roca y la hembra lo recoge con su cloaca. Posteriormente son depositados los huevos de los que eclosionarán las salamandras jóvenes. Mediante su cría en cautividad se ha comprobado que la temperatura para que el desarrollo embrionario se lleve a cabo correctamente es de 20-21 grados centígrados. Temperaturas más bajas dieron lugar a malformaciones en los individuos en desarrollo. Estas temperaturas son muy similares a las de las aguas de las cuevas en que viven de forma natural, según han demostrado los muestreos llevados a cabo en determinadas zonas.
Son animales neoténicos, por lo que el adulto retiene caracteres juveniles, como las branquias externas. No se conoce metamorfosis de manera natural en estos animales y los intentos de inducirla utilizando hormonas tiroideas dieron como resultado una metamorfosis parcial.
La longevidad máxima de las salamandras ciegas en la naturaleza no se conoce, pero en cautividad, el individuo más longevo del que se tiene constancia tenía 10 años y 4 meses, siguiendo vivo en el momento del registro.
Ejemplar de salamandra ciega de Texas a punto de cazar un camarón de cueva de Texas (Palaeomonetes antrorum). (Fuente)
Eurycea rathbuni se encuentra protegida tanto por las leyes de Texas como por las leyes federales de los Estados Unidos. Está catalogada como especie vulnerable por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). La mayor amenaza que se cierne sobre este animal es consecuencia del reducidísimo rango geográfico que ocupa, ya que la contaminación por las actividades humanas de las aguas del acuífero en el que vive podría reducir drásticamente la población total de estas salamandras. Al ser animales que se guían principalmente por la detección de sustancias químicas en el agua para su reproducción, los contaminantes químicos podrían interferir en un proceso vital tan importante para asegurar la continuidad de la especie. Otra amenaza provendría del descenso de los niveles de agua en el acuífero provocados por el bombeo para abastecer zonas residenciales y comerciales en desarrollo en la zona.
En 2013 fue aprobado un plan del Servicio de Vida Salvaje y Pesca de los Estados Unidos para restaurar el hábitat y minimizar los impactos negativos sobre esta y otras especies.
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