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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que contar y contarlo" (Oscar Wilde). "Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe" (Severo Ochoa).
El lobo rojo es un cánido con aspecto de pequeño lobo que históricamente ocupó gran parte del territorio oriental de los Estados Unidos. Su posición taxonómica respecto a otros cánidos del continente ha sido siempre fuente de discusión. Ni siquiera las actuales y sofisticadas herramientas de análisis genómico han conseguido dar una respuesta definitiva y unánimemente apoyada por la comunidad científica.
Además del lobo rojo, pueden encontrarse a lo largo y ancho del territorio norteamericano algunos representantes más del género Canis:
Varias subespecies geográficas de lobo gris (Canis lupus) se distribuyen por distintas extensiones de México, Estados Unidos y Canadá.
Las formas de pequeño tamaño del sur de las provincias canadienses de Ontario y Quebec, conocidos como lobos orientales o lobos algonquinos (por habitar principalmente el Parque Provincial Algonquín), son considerados por algunos autores una especie separada (C. lycaon), mientras otros los consideran una subespecie del lobo gris (C. lupus lycaon). El rango de distribución de estos lobos no se solapa con el rango histórico del lobo rojo, ocupando un área al noroeste de este último.
El coyote (C. latrans), el más pequeño de los cánidos con aspecto de lobo de Norteamérica, históricamente restringido a la mitad oeste del continente, pero que ha ido expandiendo su rango de distribución hacia el este a medida que menguaban las poblaciones de lobos.
Finalmente, debemos añadir las poblaciones de perros domésticos (C. familiaris o C. lupus familiaris), capaces de hibridar con los demás miembros del género.
Con todo lo expuesto hasta ahora, las distintas hipótesis acerca de la historia evolutiva de los cánidos norteamericanos similares a lobos pueden resumirse en tres modelos:
1) Modelo de las cuatro especies. Se apoya en la taxonomía basada en los caracteres morfológicos y la distribución histórica. Las especies que establece son el lobo gris, el lobo oriental, el lobo rojo y el coyote, con el lobo oriental y el lobo rojo evolucionando de un ancestro de aspecto similar al coyote.
2) Modelo de las tres especies. Según esta hipótesis, el lobo rojo debería agruparse junto al lobo oriental dentro del taxón C. lycaon pero como dos subespecies distintas. Los otros dos taxones específicos serían por un lado el coyote y por otro lado el lobo gris. Esta hipótesis estaría apoyada por hechos como que el lobo rojo y el oriental son similares en tamaño y están bien adaptados a las grandes áreas boscosas que siempre han existido en todo el este de Norteamérica. Sin embargo, no todos los análisis han encontrado una afinidad genética cercana entre el lobo rojo y el lobo oriental.
3) Modelo de las dos especies. Propone como especies al coyote y al lobo gris, reconociendo como subespecies de este último al lobo rojo y al lobo oriental. Sugiere que el lobo rojo y el lobo oriental se habrían originado por hibridación entre el lobo gris y el coyote cuando los lobos fueron extirpados de la mayor parte de su rango en el este del continente. Está apoyada por la falta de material genético distintivo en el lobo rojo o en el lobo oriental. Una variante propone que los bosques del este estaban poblados por una o más formas pequeñas de lobo gris que se especializaron en la caza de ciervos y que hibridaron con coyotes recientemente (en los últimos 400 años). Otra variante propone que los lobos rojos y/o los lobos orientales pueden haber surgido de una hibridación más antigua entre lobos grises y coyotes, pero no han divergido aún lo suficiente como para ser considerados especies separadas.
Mientras bases de datos taxonómicos como Catalogue of Life o Mammal Species of the World siguen considerando al lobo rojo una subespecie del lobo gris (C. lupus rufus), instituciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) o la Sociedad Americana de Mastozoología, han apostado recientemente por darle al animal la categoría de especie bajo la denominación C. rufus.
De izquierda a derecha: lobo gris, lobo oriental, lobo rojo y coyote (fuente).
La distribución histórica del lobo rojo coincide con la ecorregión norteamericana de los bosques templados del este del continente. Esta región ecológica se caracteriza por una cubierta vegetal relativamente densa y diversa, un elevado número de corrientes de agua y ríos y una alta abundancia de muchas especies, incluyendo aves, peces, reptiles y anfibios, destacando como un área relevante en la evolución de la fauna del continente. Los veranos son cálidos y húmedos, mientras que los inviernos muestran un gradiente de temperaturas latitudinal: temperaturas subtropicales en el sur que van transformándose en más frías cuanto más al norte.
Históricamente, la convivencia entre lobos y coyotes habría estado restringida a la mitad occidental del continente norteamericano, donde la competencia entre ambos ha sido siempre reducida debido a la abundancia de grandes herbívoros (alces, renos, bisontes...) que satisfacen las necesidades alimenticias de las poblaciones de lobo, mientras los coyotes depredan sobre ciervos y animales más pequeños, aprovechando incluso las sobras de las cacerías de los lobos. A medida que el este del continente se fue deforestando para el establecimiento de asentamientos humanos, los programas de control del lobo diezmaron sus poblaciones orientales, facilitando la expansión del coyote hacia el este. Hacia mitad del siglo XX, los coyotes ya se habían expandido por la mayor parte de Norteamérica, dando lugar a una creciente hibridación entre estos y los cada vez más escasos lobos rojos. No en vano, este cruce con los coyotes y con los perros domésticos se ha llegado a convertir en la mayor amenaza para la supervivencia en la naturaleza de nuestro protagonista. Si sumamos la persecución humana y la destrucción de su hábitat, el resultado es una especie que ha sido llevada hasta el borde mismo de la extinción. De las tres subespecies o variedades geográficas documentadas en su rango de distribución histórico, la de Florida (Canis rufus floridanus) se extinguió en 1930. La del golfo de México (C. r. rufus), que se extendía desde Texas hasta Luisiana, se extinguió en 1970. La última de las subespecies en desaparecer en estado salvaje fue C. r. gregoryi, que sobrevivió hasta 1980. Por suerte, algunos ejemplares de esta subespecie fueron conservados en cautividad, lo que dio lugar a un proyecto de reintroducción del animal en la naturaleza.
Sello postal con la imagen de un lobo rojo de Texas (fuente).
Desde que en 1973 las autoridades estadounidenses habían declarado al lobo rojo un animal en peligro, se multiplicaron los esfuerzos por localizar y capturar el mayor número posible de individuos. Catorce de los ejemplares capturados por los biólogos del Servicio de Pesca y Vida Salvaje de los Estados Unidos serían posteriormente los fundadores de un programa de cría en cautividad. En 1977 ya estaban naciendo las primeras camadas de lobos en cautiverio. Los biólogos fueron muy cuidadosos a la hora de conservar los instintos nativos de los pequeños lobos, evitando al máximo el contacto con ellos. En 1985, la población de lobos cautivos estaba formada por 65 individuos mantenidos en seis parques zoológicos y en 2017 ya eran 175 repartidos por 43 instalaciones tanto de Estados Unidos como de Canadá, población cautiva suficiente para salvaguardar la integridad genética de la especie y proveer individuos para la suelta en libertad.
En 1987 (siete años después de declararse extinto en estado salvaje) cuatro parejas de lobo rojo fueron reintroducidas en la naturaleza. El lugar elegido para ello fue un área en el noreste del estado de Carolina del Norte, una pequeña zona dentro del rango de distribución histórico de la especie. Cada uno de los lobos estaba equipado con un transmisor de radio para su seguimiento. Más lobos fueron reintroducidos en fechas posteriores, de tal manera que la primera reproducción en la naturaleza fue registrada en 1988. A pesar de que en 2005 la población salvaje de lobos rojos llegó a ser de aproximadamente 150 individuos, hacia 2012 el proyecto de reintroducción se vio envuelto en un conflicto con los terratenientes, lo que dio lugar a un aumento significativo de las matanzas ilegales de estos animales. A este declive han contribuido también otros factores como las enfermedades infecciosas y en mayor medida la hibridación con otros cánidos. Actualmente se estima que existen tan solo entre 10 y 30 individuos maduros en estado salvaje, por lo que la especie se encuentra en peligro crítico según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Las autoridades han comenzado recientemente a evaluar nuevas áreas susceptibles de acoger planes de reintroducción en el sureste de los Estados Unidos.
El lobo rojo recibe su nombre de su característico pelaje de color rojizo, más intenso detrás de las orejas, en el cuello y extremidades, pero también exhibe tonalidades marrones y beige, con tonos negros y grises a lo largo de la espalda. Su tamaño es intermedio entre el lobo gris y el coyote, siendo la hembra ligeramente más pequeña. Mide unos 66 cm de altura en la cruz y unos 120 cm desde el hocico a la punta de la cola, con un peso que oscila aproximadamente entre 20 y 36 kilogramos.
Son animales sociales que viven en manadas formadas por una pareja de adultos con sus crías de diferentes años, normalmente de 5 a 8 individuos. Estas manadas son considerablemente más pequeñas que las de el lobo gris, en parte debido a que el lobo rojo no se alimenta de presas tan grandes como aquel. Sus presas más frecuentes suelen ser ciervos de cola blanca, mapaches, conejos, nutrias, roedores...
El apareamiento ocurre entre enero y abril, produciéndose el nacimiento de los jóvenes lobos en primavera. El periodo de gestación dura 63 días y el número de camadas al año se sitúa entre una y tres.
Antes de la colonización europea de América, el lobo rojo era una figura importante en las creencias espirituales y ritos de los indios Cherokee, quienes tradicionalmente han evitado cazar a estos lobos, ya que tienen la creencia de que dicho acto provocaría la venganza de la manada.
El lobo rojo se encuentra catalogado dentro del "Endangered Species Act", listado de las especies en peligro elaborado por el Servicio de Pesca y Vida Salvaje de los Estados Unidos.
A pesar de su capacidad para reproducirse entre sí dejando descendencia fértil, aún hoy en día se debate acerca de la relación filogenética entre el caballo de Przewalski (pronunciado shuvalski) y el caballo doméstico. No hay unanimidad al respecto entre los expertos, ya que por ejemplo los análisis genéticos arrojan diferente dotación cromosómica para ambos animales (66 cromosomas en Przewalski y 64 en el caballo doméstico). Este hecho supone que los caballos de Przewalski difieren más de los caballos domésticos que dos razas cualesquiera de estos últimos entre sí. Además, los análisis de ADN mitocondrial han demostrado que los caballos domésticos actuales no descienden del caballo de Przewalski. A todo esto habría que añadir importantes diferencias morfológicas entre ambos. Sin embargo, son muchas las similitudes serológicas y genéticas demostradas por los análisis a nivel molecular. La mayoría de variantes proteicas sanguíneas coinciden en ambos (existiendo en los animales salvajes muy pocos alelos específicos) y la región del ADN de más rápida evolución en los mamíferos (la región de control del ADN mitocondrial) no muestra diferencias significativas entre ambos tipos de caballo. Basándose en el alto grado de parecido genético, la tendencia actual mayoritaria del mundo científico es a considerar ambos animales pertenecientes a la especie Equus ferus, diferenciándose en ella las subespecies E. f. przewalski y E. f. caballus (esta última englobaría a todos los caballos domesticados actuales). La divergencia evolutiva entre ambas poblaciones de caballos se sitúa en un rango temporal de entre 150.000 y 250.000 años atrás.
El caballo de Przewalski es considerado el único caballo verdaderamente salvaje existente en nuestros días. Los caballos cimarrones de Norteamérica y otros lugares del mundo no son verdaderos animales salvajes, ya que descienden de poblaciones de caballos previamente domesticados.
Conocido con el nombre de takh en idioma mongol, las primeras pruebas de la existencia del animal están constituidas por grabados rupestres en cuevas de Italia, Francia y el norte de España con una antigüedad de entre 9.000 y 20.000 años. Las primeras evidencias escritas datan del año 900, cuando fue mencionado en los escritos de un monje tibetano llamado Bodowa. Más adelante, el guerrero y conquistador Gengis Kan haría referencia al avistamiento del caballo durante sus conquistas. En el siglo XV el escritor alemán Johann Schiltberger mencionaría al takh en sus escritos y en 1630 un ejemplar del animal fue supuestamente presentado ante el emperador de Manchuria.
Sin embargo, quien pasaría a la historia como el descubridor oficial del animal sería Nikolai Przewalski, naturalista y explorador ruso que sirvió como oficial en el ejército de su país. En 1878, al regreso de una expedición en Asia central recibió un cráneo del caballo de manos de un dignatario a modo de obsequio. Dicho cráneo sería llevado a examinar a la Academia Rusa de las Ciencias (San Petersburgo), donde el zoólogo Ivan Polyakov determinaría que se trataba de una especie de caballo salvaje hasta aquel momento desconocida para la ciencia, bautizándola como Equus Przewalski en 1881.
En las dos décadas siguientes a su descubrimiento, las expediciones para dar caza al animal se sucedieron. Quienes lo intentaban, aseguraban que estos caballos no eran fáciles de capturar. Se referían a ellos como animales muy tímidos, con un buen sentido del olfato y siempre atentos a posibles amenazas. En la mayoría de los intentos, los cazadores sólo eran capaces de apresar potros y para hacerlo frecuentemente debían matar a los sementales. Este hecho comenzó a poner en peligro las poblaciones salvajes del takh, que junto con las poblaciones de caballos cautivos en parques zoológicos, comenzaron a declinar drásticamente después de la segunda guerra mundial. En las décadas de 1940 y 1950 sólo era posible ver pequeños grupos del animal en libertad en determinadas áreas de Mongolia. Además de la caza, una serie de inviernos anormalmente fríos y un pastoreo excesivo también contribuyeron a diezmar las poblaciones. En cuanto a los ejemplares en cautividad, su número cayó hasta sólo 12 individuos reproductores en la década de 1950. En 1959 el zoológico de Praga pondría en marcha un registro genealógico que junto al trabajo desarrollado por diversos grupos conservacionistas, daría como resultado un considerable incremento del número de ejemplares reproductores cautivos, el cual llegaría a superar ampliamente el centenar en 1965. No pasaría lo mismo con las poblaciones en libertad. El último avistamiento confirmado en estado salvaje de un ejemplar (se trataba de un macho adulto) fue realizado por el zoólogo mongol N. Dovchin en 1969. Las subsiguientes expediciones anuales llevadas a cabo por científicos de Mongolia, Unión Soviética o China no fueron capaces de encontrar ninguna evidencia que probase la supervivencia de grupo alguno de estos caballos. Las últimas poblaciones nativas salvajes habían desaparecido.
Sello postal con la imagen del caballo de Przewalski (fuente).
A partir de este momento, comenzaron a desarrollarse programas para la cría en cautividad de los animales, de tal manera que en 1990 había casi un millar de caballos criados por instituciones de 33 países diferentes repartidos por cuatro continentes, número suficiente para intentar reintroducir el takh en libertad. De todos ellos, tan sólo 12 serían utilizados para formar el núcleo reproductor del que descienden todos los caballos actuales en estado salvaje. Además, cuatro animales domésticos formaban parte de dicho núcleo, a pesar de lo cual, ha sido demostrado que las poblaciones actuales de takh salvajesson genéticamente muy similares a los individuos "originales" anteriores al último avistamiento de 1969.
Pese a que en tiempos prehistóricos llegó a habitar Europa occidental, durante el siglo XVIII el rango de distribución del caballo de Przewalski abarcaba las estepas rusas extendiéndose hacia Kazajistán, el noroeste de China y Mongolia. Fue este último país (donde había sido realizado el último avistamiento) el pionero en realizar la suelta de ejemplares criados en cautiverio.
Quizás la década de los 90 fue el momento propicio para la reintroducción del takh en estado salvaje gracias a los cambios políticos sufridos por Mongolia en esos años, dejando atrás un régimen socialista bajo cuyo mandato probablemente no hubiera sido posible tal proyecto. En la actualidad pueden contarse unos 400 caballos salvajes en el país centroasiático, sumando a los ejemplares reintroducidos sus descendientes.
Entre 1992 y 2004, noventa caballos nacidos en cautividad fueron puestos en libertad en el Área de Protección del Gran Gobi, al suroeste del país. Otro núcleo de protección lo constituye el Parque Nacional Hustai, situado no muy lejos al oeste de la capital del estado (Ulaanbaatar). En él fueron reintroducidos 84 takh entre 1992 y 2004. Un último lugar de reintroducción iniciado en 2004 lo constituye el área protegida de Khomiin Tal, dentro del Parque Nacional Har Us Nuur.
Asimismo, China también está llevando a cabo un programa de reintroducción en libertad en dos zonas del noroeste del país: la Reserva Natural de Kalamaili (Xinjiang) y la Reserva Natural Nacional de Dunhuang Xihu (Gansu).
Gracias a las mencionadas acciones conservacionistas las poblaciones de estos caballos están incrementando sus efectivos. Sin embargo, la subespecie aún se encuentra en peligro de extinción según la clasificación de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza).
En el pasado el caballo de Przewalski habitó estepas y semi desiertos. Debido a que la mayor parte de estas áreas han sido convertidas a la agricultura, degradadas u ocupadas por ganado doméstico, el animal se ha visto relegado a zonas con disponibilidad limitada de agua. Han sido vistos pasando el día en el desierto, viajando después de la puesta de sol a zonas donde pastar y beber y retornando por la mañana al desierto. Viven en manadas formadas por varias hembras adultas lideradas por un macho. En algunos casos se pueden ver machos jóvenes o individuos débiles solitarios que han sido expulsados del grupo por el macho dominante.
Además de las ya citadas, otras amenazas para las poblaciones de estos caballos pueden ser la hibridación con caballos domésticos (que causaría transmisión de enfermedades infecciosas y parasitarias) y las actividades extractivas en su área de distribución, como determinadas explotaciones mineras ilegales detectadas recientemente.
No corrió la misma suerte que el caballo de Przewalski su pariente el tarpán o caballo salvaje euroasiático. Se trata de una tercera subespecie de caballos (Equus ferus ferus) que desapareció por completo en las últimas décadas del siglo XIX. Los expertos lo sitúan como el antepasado de los caballos domésticos actuales. Un estudio del año 2009 utilizando ADN recuperado de restos paleontológicos sugirió que el tarpán compartía especie con el caballo de Przewalski y por tanto también con el caballo doméstico. Posteriormente, estudios del ADN mitocondrial mostrarían que el tarpán divergió evolutivamente del caballo de Przewalski hace unos 160.000 años.
No hay consenso acerca de la fecha exacta de su extinción, pero se cree que el último ejemplar en estado salvaje desapareció en la segunda mitad de la década de 1870, mientras el último animal domesticado lo habría hecho en la década de 1880.
Esta es la única foto que se conoce de un supuesto tarpán vivo. Fue tomada en el zoo de Moscú en 1884 y podría tratarse de un animal cruzado con caballos domésticos. (fuente).
Al igual que su pariente el caballo de Przewalski, el tarpán mostraba rasgos primitivos. Existieron dos variedades del animal: la variedad de las estepas y la variedad de los bosques.
El primer tipo habitó las estepas del este de Europa y oeste de Asia así como algunos bosques abiertos. Fue la variedad que sobrevivió más tiempo, desapareciendo definitivamente a finales del siglo XIX. Poseía una altura en la cruz de aproximadamente 130 centímetros. Su pelaje era gris en varias tonalidades, con algunos ejemplares de color más amarillento. Una línea negra recorría su lomo y sus extremidades solían ser oscuras. Su crin era erizada y sus orejas alargadas. Aguantaba bien las bajas temperaturas y poseía gran fuerza y resistencia física.
El segundo tipo habitó los bosques de Europa central (principalmente Polonia y Alemania). Se extinguió mucho primero, los últimos individuos fueron entregados a ganaderos locales antes de 1820, mezclándose con la raza konik de caballo doméstico, originaria de Polonia y también de pequeña alzada.
Por último señalar que a partir de 1930 se inició un intento por recuperar los rasgos del tarpán a partir de la cría selectiva cruzando determinadas razas domésticas, dando lugar a animales con apariencia primitiva y resultando en la creación de nuevas razas como el caballo de Heck.
Hasta su extinción a principios del siglo XX, podían encontrarse en Japón dos subespecies endémicas de lobo de aspecto bastante diferente entre sí: el lobo de Honshu o lobo japonés (Canis lupus hodophilax) y el lobo de Ezo o lobo de Hokkaido (Canis lupus hattai). Mientras el lobo de Honshu habitaba la isla homónima además de las islas de Shikoku y Kyushu, el lobo de Ezo podía encontrarse en la isla de Hokkaido (la más al norte del archipiélago japonés) y en la vecina isla de Sajalin (administrativamente dependiente de Rusia).
El lobo de Honshu o lobo japonés (shamanu), poseía un denso pelaje grisáceo, liso y corto. Una de las características que más llama la atención es su pequeño tamaño en comparación con el del lobo de Hokkaido y otras subespecies de lobo asiáticas y americanas. Alcanzaba a lo sumo 112 cm de longitud desde la punta del hocico al extremo de la cola. Sus patas eran tan cortas que le daban un aspecto muy característico y hacían que no superase los 58 cm de altura en la cruz. A pesar de su clasificación en 1839 como una subespecie de lobo gris por el prestigioso naturalista Coenraad Temminck, algunos zoólogos de la época pusieron en cuestión su estatus como verdadero lobo, creyendo más bien que se trataba de una especie de "perro de las montañas". Otros, como el zoólogo japonés Imaizumi Yoshinori opinaban que se trataba realmente de un lobo, pero no una subespecie de lobo gris, sino una especie distinta. La mayoría de especialistas a día de hoy consideran al lobo de Honshu una subespecie en miniatura del lobo gris (se le ha llegado a bautizar incluso como lobo enano japonés).
Distribución y comparación en tamaño entre las dos subespecies de lobo japonesas (fuente).
Las fuentes oficiales señalan que la subespecie de Honshu se extinguió durante 1905 y atribuyen su desaparición a los efectos devastadores de diversas epidemias sobre los animales, como por ejemplo la rabia. El último ejemplar del que se tiene constancia fue abatido en la península de Kii, en la zona centro-sur de la isla de Honshu y su cadáver fue vendido por los cazadores locales al zoólogo de la Universidad de Stanford Malcolm Anderson, que formaba parte de una expedición financiada por el Duque de Bedford para recolectar pequeños mamíferos. La piel de dicho ejemplar fue enviada al Museo de Historia Natural de Londres, donde aún permanece.
Tradicionalmente, los lobos eran vistos con buenos ojos por los habitantes de las montañas de Japón. Una de las principales razones era la percepción que se tenía del lobo como protector de los cultivos, ya que ayudaba a mantener alejados a animales que se alimentaban de los mismos, causando una gran devastación y malestar entre los granjeros. Las tierras altas de la península de Kii eran uno de los lugares del archipiélago japonés más afectado por las incursiones en las granjas de jabalíes, ciervos, liebres...El lobo actuaba como regulador de las poblaciones de estos herbívoros, manteniendo así una especie de relación simbiótica con los aldeanos de las montañas. Sin embargo, esa relación positiva entre humanos y lobos en las islas empezó a cambiar a partir del siglo XVII como consecuencia de varios factores. En primer lugar, el desarrollo urbano que tuvo lugar desde finales del siglo XVI con la construcción de castillos, templos, mansiones, puentes, carreteras...etc. Supuso un rápido crecimiento de las poblaciones humanas en el entorno y consumió enormes cantidades de madera, convirtiendo los bosques en tierras de labranza. Esto hizo disminuir las poblaciones de las habituales presas de los lobos, obligando a estos últimos a depredar sobre el ganado doméstico. Otro factor determinante para el cambio en las relaciones fue la entrada del virus de la rabia en Japón a finales del siglo XVII. Los primeros casos de lobos con rabia reportados oficialmente en el país datan de 1732 en las islas de Kyushu y Shikoku, para ir extendiéndose posteriormente hacia el este. Esta epidemia, además de diezmar las poblaciones del animal, contribuyó a un cambio de percepción, ya que empezaron a darse ataques de lobos rabiosos a humanos. A pesar de que la "versión oficial" señala como culpable de la desaparición del lobo japonés a diversas epidemias, la realidad es que el cambio en las relaciones y en la percepción que los humanos tenían del animal fue el detonante del declive de estos cánidos en el archipiélago, dando paso a una caza indiscriminada que tuvo un gran peso en su extinción.
Ejemplar de lobo de Honshu montado para exposición (fuente).
El profundo estrecho de Tsugaru que separa Honshu y Hokkaido constituye una gran barrera zoogeográfica entre ambas islas. Como resultado, la fauna de Honshu tiene similaridades con la del sureste asiático, mientras que la fauna de Hokkaido es más parecida a la del noreste del continente. Como consecuencia de esta barrera, no hay evidencias de una superposición entre los hábitats del lobo de Honshu y el lobo de Hokkaido, que se piensa habrían colonizado Japón procedentes de la península de Corea y de Siberia respectivamente.
La posición filogenética exacta de ambas subespecies no se conoce en detalle y se requieren nuevos estudios al respecto. Las diferencias en morfología derivadas de comparaciones osteológicas entre ambas, además de con las subespecies vivientes de lobo gris, son importantes. A parte de esto, los análisis de ADN mitocondrial muestran que los dos lobos japoneses pertenecen a distinto haplogrupo, es decir, están próximos genéticamente a distintos grupos de lobos. Mientras la subespecie de Honshu está emparentada con el lobo itálico (Canis lupus italicus) y otros grupos repartidos por Eurasia, la subespecie de Hokkaido se muestra más próxima al clado de los lobos norteamericanos. Dichos análisis sugieren que el primero en llegar al archipiélago japonés fue el lobo de Honshu, con el lobo de Hokkaido llegando más recientemente desde el norte. Además, se han demostrado ciertas similitudes genéticas del lobo de Honshu con razas caninas actuales como el kishu-inu japonés o el husky siberiano.
En la actualidad se conservan ocho pieles y cinco especímenes montados para exposición, uno en los Países Bajos, otro en el Museo Británico de Londres y los tres restantes en Japón.
Bosquejo del lobo de Honshu realizado por Carl Hubert de Villeneuve (fuente).
Por su parte, el lobo de Hokkaido o lobo de Ezo era de un tamaño sustancialmente mayor al de su congénere del sur de Japón, comparable al de muchas otras subespecies de lobo gris, alcanzando hasta 80 cm de altura en la cruz. Además de Hokkaido y Sajalin también habitó Iturup y Kunashir en las islas Kuriles y la península de Kamchatka. Su pelaje era de color gris en verano y se volvía más blanquecino, grueso y largo en invierno. La cabeza del animal era grande y robusta, con caninos largos y curvos como adaptación para agarrar mejor a sus presas. Sus pies eran inusualmente grandes en relación al tamaño de su cuerpo, lo cual les facilitaba recorrer grandes distancias sobre la nieve. Su constitución era musculosa. Se trataba de animales nocturnos que cazaban en grupos entre el crepúsculo y la salida del sol.
Los análisis de ADN mitocondrial mostraron una coincidencia casi exacta con lobos grises de Canadá y Alaska, lo cual indica que los ancestros del lobo de Ezo llegaron a Hokkaido y Sajalin desde Norteamérica. Aunque inicialmente se pensó que constituía una especie separada, fue clasificado como subespecie del lobo gris en 1931 por el zoólogo Kyukichi Kishida.
El lobo de Ezo se extinguió en la isla de Hokkaido en mitad del periodo de la "restauración Meiji" (1868-1912). Uno de los principales objetivos de dicho periodo era modernizar la agricultura del país, pasando de depender ampliamente del cultivo de arroz a un modelo basado en los ranchos americanos. El ranchero americano Edwin Dun fue contratado por la Agencia de Desarrollo de Hokkaido para hacer funciones de asesor en dicho proceso de cambio. Dun implantó granjas experimentales para llevar a cabo su trabajo e importó gran cantidad de ganado de los Estados Unidos. La predación por parte de los lobos sobre los caballos de las granjas en la isla provocó que el gobierno Meiji declarase a los primeros animales a exterminar, encargando a Dun la tarea. El americano comenzó una campaña de envenenamiento masivo usando cebos con estricnina. El uso de estos cebos se generalizó entre los granjeros con el beneplácito del gobierno, lo que habría provocado el declive del lobo.
Otra teoría sugiere que en 1878 una gran población de ciervos salvajes y otros herbívoros murieron de inanición debido a la falta de disponibilidad de vegetación natural. Este hecho provocaría a la postre la extinción de la población de lobos de la isla al no encontrar suficientes presas. Se ha establecido 1889 como la fecha oficial de la desaparición del último lobo en la isla de Hokkaido.
Dos lobos de Hokkaido expuestos en un museo (fuente).
Como sucede en bastantes ocasiones, han sido numerosos los testimonios de avistamientos de lobos en Japón después de la fecha oficial de su extinción.
En el caso del lobo de Honshu los testimonios son más numerosos, llegando a dedicarse libros enteros acerca del tema. Los testimonios recogen todo tipo de avistamientos: aullidos en la noche, huellas, excrementos, encuentros directos con el animal...En 1994 tuvo lugar el primer simposio sobre el lobo japonés, en el cual participaron alrededor de 80 investigadores y aficionados de todo Japón. Se dieron a conocer los testimonios de numerosos testigos que afirmaron haber tenido algún tipo de contacto con el animal después de su supuesta extinción.
A pesar de todo, no ha sido aportada hasta la fecha ninguna prueba definitiva de que el lobo de Honshu o el lobo de Hokkaido siguen existiendo en sus respectivas islas. Algunos investigadores han sugerido que muchos de los avistamientos reportados pueden tratarse de confusiones con perros salvajes.
El tenkile (Dendrolagus scottae) es una especie de canguro arborícola endémica de las Montañas Torricelli, en el noroeste de Papúa Nueva Guinea. El mundo científico no tendría noticias de su existencia hasta finales de la década de los 80 del siglo XX, debido principalmente a la conjunción de dos factores: por un lado, el carácter inhóspito de los territorios que habita, y por otro, el escaso número de efectivos que conforman sus poblaciones.
En 1985 el joven zoólogo australiano Tim Flannery viajó a Papúa Nueva Guinea con el fin de explorar algunos de los últimos bosques vírgenes del planeta en un intento por descubrir nuevas especies. Fue en la localidad de Wigotei donde Flannery sintió curiosidad por una garra oscura y de considerable tamaño portada por un nativo. Desde un primer momento y debido a sus peculiares características, el zoólogo australiano tuvo la intuición de estar ante una nueva especie, sobre todo tras escuchar testimonios de lugareños en los que mencionaban un tipo de canguro arborícola al que ellos conocían en su lengua como "tenkile".
Flannery regresaría tres años después a las Montañas Torricelli decidido a desentrañar el misterio. En su búsqueda por las espesas selvas era acompañado por el biólogo Lester Seri además de varios guías y cazadores oriundos de la zona a los que pagaba por ayudarle a encontrar animales. El 11 de Junio de 1988 la búsqueda del equipo liderado por Flannery obtendría una recompensa parcial, ya que encontrarían la piel y el cráneo de un individuo juvenil del canguro justo al oeste de la cima del Monte Sumoro, a casi 1.400 metros de altitud. Dichos restos servirían a la postre como materiales utilizados por Flannery y Seri para la descripción formal de la especie en 1990.
Como cabía esperar, Flannery no se conformó con el hallazgo. Ansiaba encontrar un ejemplar vivo del canguro, con lo que decidió aventurarse en territorios aún más remotos, llegando a sufrir la hostilidad de ciertos pueblos que no recibían hospitalariamente a los hombres blancos debido a malas experiencias previas con ellos. En noviembre de 1989 los cazadores locales capturaron una cría viva, pero esta murió en el traslado. Sin embargo, esta captura proporcionó al zoólogo australiano información muy valiosa: por un lado, confirmaba que la especie no se había extinguido durante los últimos años (cosa de la que Flannery llegó a dudar) y por otro lado, servía para acotar con mayor precisión el área de distribución del animal.
En mayo de 1991, mientras Flannery trabajaba en Australia, su ayudante en la isla de Nueva Guinea consiguió atrapar tres ejemplares de tenkile y colocarles un emisor alrededor del cuello, liberándolos posteriormente con la idea de que serían fácilmente localizables. Flannery voló inmediatamente a Nueva Guinea pensando que por fin se iba a producir el tan ansiado encuentro con un tenkile vivo. Nada más lejos de la realidad. El emisor de uno de los animales dejó enseguida de emitir señales y los otros dos ejemplares fueron hallados sin vida en el bosque. Aquello hizo que el desánimo se apoderase de Flannery, se sentía agotado física y psicológicamente tras años sin conseguir un ejemplar vivo del canguro.
Sin embargo, no mucho tiempo después, dos hombres de la tribu Wigotei llevaron hasta Flannery un joven ejemplar vivo de tenkile que había quedado huérfano después de que mataran a su madre. Por fin, tras unos siete años desde el comienzo de la búsqueda, el zoólogo australiano podía ver con sus propios ojos un individuo de la especie cuya existencia había intuido en 1985 y había descrito en 1990 basándose tan sólo en unos cuantos restos orgánicos.
Por desgracia, el joven tenkile no duró mucho tiempo en cautividad, pero sirvió como fuente de valiosa información sobre la especie.
El tenkile es el mamífero de mayor tamaño nativo de Melanesia. Su peso oscila alrededor de los 10 kg en promedio, siendo los machos ligeramente mayores. El color de su pelaje es entre marrón oscuro y negro. La constitución de su cuerpo es apta para desplazarse de árbol en árbol y saltar entre sus ramas. Su cola larga y flexible le permite moverse con gran agilidad en los niveles más altos de la selva. Las largas y poderosas garras (sobre todo las traseras) le ayudan a sujetarse con firmeza a las ramas y de esta manera escalar mejor el dosel vegetal.
Son animales diurnos. Según testimonios de los nativos, antes era común encontrarlos en pequeños grupos, pero hoy en día es más frecuente ver a una madre con su cría o animales solitarios, seguramente debido al declive poblacional. Aunque son necesarios más datos acerca de su alimentación, se sabe que son principalmente herbívoros, alimentándose sobre todo de hojas de los árboles, helechos, enredaderas, raíces, tubérculos...etc. Se les puede encontrar buscando alimento tanto en los árboles como en el suelo de la selva. De hecho, pasan en el suelo una proporción del tiempo mayor que otros canguros arborícolas. No se conoce ningún depredador de la especie a excepción del ser humano. Las investigaciones sugieren que el tenkile se reproduce en casi cualquier época del año. Las hembras paren una cría de cada vez (probablemente a veces dos), con intervalos de doce meses entre una gestación y la siguiente. Al tratarse de un marsupial posee la característica bolsa en la que se desarrollan sus crías.
Se trata de una especie con un área de distribución muy restringida, encontrándose tan sólo en la Cordillera Torricelli y el Monte Menawa, en la Cordillera Bewani, al oeste de las Montañas Torricelli. Habita los bosques montanos situados entre 900 y 1.700 metros de altitud en un área que no ocupa más de 150 kilómetros cuadrados. Hoy en día se estima que sobreviven unos 200 individuos maduros de la especie en la Cordillera Torricelli. No hay estudios fiables para la Cordillera Bewani, tan sólo se ha confirmado la presencia del animal en dicho emplazamiento y se sospecha que podría tratarse de una subespecie diferente principalmente debido al menor tamaño de los individuos.
El tenkile está clasificado como especie en peligro crítico de extinción por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Las dos principales amenazas para el animal son la caza para alimentación humana y la pérdida de hábitat debido a la conversión de los bosques en tierras destinadas a la agricultura de subsistencia y el crecimiento regional de las poblaciones humanas. Estos factores provocaron que durante la década del 2000 el animal estuviese a punto de extinguirse: se sospecha que su número total no superaba los 100 individuos en la Cordillera Torricelli. No se tienen datos acerca de la situación por aquel entonces en la Cordillera Bewani, pero la presión humana en esta última nunca ha sido demasiado elevada.
En 2001 fue establecido un programa de conservación de la especie denominado Tenkile Conservation Alliance. Dicha estrategia se ha traducido en un freno al declive de la población que desde entonces está recuperándose.
El Tenkile Conservation Alliance incluye un acuerdo con 50 poblaciones de la zona para cesar la caza del animal, un programa de monitoreo de la abundancia y distribución de la especie y acuerdos colaborativos de investigación. Además, el gobierno de Papúa Nueva Guinea se ha comprometido a establecer un área protegida de aproximadamente 200.000 hectáreas dentro del rango de distribución del animal.
Para terminar, señalar que el apellido "scottae" le fue dado a la especie por parte de Flannery y Seri en honor a Winifred Scott, quien ayudó a financiar las expediciones para la búsqueda del animal. Por esta razón el tenkile también es conocido con el nombre de "canguro arborícola de Scott".
Los equiúridos (Phylum Echiura), también conocidos como gusanos cuchara, son un grupo de invertebrados marinos considerados parientes cercanos de los anélidos, debido principalmente al parecido entre la larva trocófora de aquellos y la de los poliquetos. Algunas especies viven en galerías excavadas en la arena y el fango, mientras que otras viven en las grietas del coral, de las rocas, caparazones de erizos de mar, conchas de moluscos o lugares similares. La mayoría de especies habitan en aguas litorales templadas, pero también existen especies de aguas profundas. Se distribuyen por todos los océanos.
El cuerpo de los equiúridos se divide en dos regiones: un tronco cilíndrico no segmentado y una probóscide o trompa preoral extensible que frecuentemente es bastante más larga que el tronco. A lo largo de dicha probóscide se encuentra un surco ciliado que termina en la boca. Las paredes del cuerpo están formadas por capas musculares y el celoma (cavidad general del cuerpo) forma una especie de esqueleto hidrostático, ayudando a realizar los movimientos de contracción y relajación que el animal necesita para excavar el terreno. Suelen encontrarse con la trompa enterrada en el sedimento. Son animales solitarios que viven normalmente adheridos al sustrato, sin desplazarse sobre él. Su sistema nervioso está formado por un anillo nervioso alrededor del perímetro de la trompa y un cordón nervioso ventral que se extiende a lo largo del tronco y del que parten numerosas ramificaciones hacia la musculatura. No tienen órganos sensoriales especializados.
El equiúrido Bonellia viridis en su hábitat natural (fuente).
La mayoría de equiúridos son sedimentívoros, es decir, ingieren el sedimento para digerir los pequeños trozos de materia nutritiva que pueda contener. El proceso de alimentación consiste en extender la trompa sobre el sedimento fuera de sus galerías, curvándola ventralmente para formar un surco a lo largo del cual las partículas de alimento serán transportadas hacia la boca. En el género Bonellia, cuya trompa puede extenderse hasta 2 metros, las partículas pequeñas de alimento son trasladadas mediante el simple movimiento de los cilios a lo largo de la probóscide, mientras que las partículas mayores se mueven por una combinación de movimientos ciliares y musculares o solamente por acción muscular.
Los sexos en los equiúridos son separados. Existe una gónada única fija a la pared del vaso sanguíneo ventral que libera gametocitos en el celoma del tronco, los cuales madurarán dando gametos. Estos gametos se almacenarán en unos órganos llamados sacos genitales y serán liberados al agua de mar, donde tendrá lugar la fecundación. No existen evidencias de que los equiúridos se reproduzcan asexualmente. El desarrollo es indirecto y conduce a una larva con forma de peonza llamada larva trocófora, que puede durar desde unos pocos días hasta tres meses según las especies y se continuará con una metamorfosis gradual hasta la forma adulta.
Ejemplar de Bonellia buscando partículas alimenticias sobre el sedimento con la trompa extendida (fuente).
El género Bonellia destaca por su peculiar forma de reproducción. Ésta implica la existencia de un dimorfismo sexual extremo, con machos de mucho menor tamaño que las hembras y de aspecto muy diferente. La determinación del sexo es muy interesante en este género. Los machos son enanos, de alrededor de 1 a 3 mm de tamaño, y viven en el saco genital impar de la hembra. Generalmente, se encuentran unos 20 machos en una sola hembra. El macho no solo fecunda los huevos, sino que en la ovoposición secreta un material gelatinoso que sirve para unir los huevos entre sí. Dichos huevos se desarrollarán dando larvas trocóforas de vida libre y nadadoras, sexualmente indiferenciadas. Baltzer (1914) fue el primero en realizar experimentos de laboratorio acerca de la determinación del sexo en estos animales. En ellos observó que si las larvas se fijan a la probóscide de una hembra adulta, la mayor parte se convertirán en machos enanos. Ahora bien, si las larvas no entran en contacto con la probóscide de ninguna hembra, sufrirán una metamorfosis que las convertirá en hembras adultas con una longitud de alrededor de 10 cm.
Esquema que muestra la comparación en tamaño entre la hembra y el macho de Bonellia (fuente).
Seis décadas después, fue Leutert (1974) quien realizó experimentos de laboratorio incubando larvas tanto en presencia como en ausencia de hembras adultas. Leutert emplazó larvas indiferenciadas de Bonellia viridis en agua marina normal y en agua marina conteniendo fragmentos de la probóscide de una hembra. Pudo comprobar como la mayoría de larvas cultivadas en presencia de los trozos de probóscide se convertían en machos, mientras que en ausencia de dichos trozos de probóscide las larvas acababan dando hembras. El estímulo para el desarrollo de los machos es, aparentemente, una hormona producida por la probóscide de las hembras llamada bonelina. La hembra adulta de Bonellia excreta bonelina para atraer a las larvas. Sólo las hembras de la especie tienen la capacidad de secretar dicha hormona, que es también un biocida y recientes estudios han demostrado que posee propiedades antitumorales. La bonelina induce a las larvas indiferenciadas a entrar en la hembra a través de su proboscis. Una vez dentro, éstas viajarán hasta la pequeña cavidad del útero en la que se alojarán. Posteriormente, la larva experimentará ciertos cambios fisiológicos que permiten la diferenciación de unas gónadas masculinas productoras de esperma y empezará a fecundar los huevos que pone la hembra. Sin embargo, el mecanismo genético que permite esta transición no es bien conocido. El diminuto macho recibe a cambio protección ante predadores y una fuente de alimento continua.
Los bonélidos machos no tienen trompa, boca, ano ni sistema vascular-sanguíneo y sus necesidades metabólicas quedan cubiertas con los fluidos de la hembra en los que están inmersos. Esta determinación ambiental del sexo ayuda a las poblaciones de bonélidos a responder a la disponibilidad de madrigueras, evitando la competencia intraespecífica. Además, al "criar" la hembra a los machos que la van a fecundar en su interior, evita tener que realizar una búsqueda de pareja que podría resultar dificultosa.
Los equiúridos en general pueden ser un alimento importante en la dieta de algunos peces. Aparentemente, los tiburones utilizan la succión para extraer los equiúridos grandes de sus galerías.
Más información sobre los equiúridos y Bonellia viridis:
La cuaga o quagga fue un tipo de cebra que podía encontrarse al sur del río Orange, en el extremo más meridional del continente africano, hasta las últimas décadas del siglo XIX. En la actualidad existen tres especies de cebra: la cebra de Grevy (Equus grevyi), la cebra de montaña (E. zebra) y la cebra de llanura (E. quagga). Aunque se clasifican como especies separadas, todas ellas muestran (con pequeñas diferencias) un patrón muy similar de coloración, caracterizado por numerosas bandas de color negro sobre un fondo blanco que recorren su cuerpo desde el hocico hasta la cola. Sin embargo, la cuaga era bien diferenciable del resto de cebras en cuanto a su coloración. Mostraba un pelaje pardo rojizo con el abdomen y las patas de color blanco. Las bandas negras desaparecían en el lomo y en los cuartos traseros del animal, estando sólo presentes en la cara, el cuello, los costados y las crines. Parece haber tenido un alto grado de polimorfismo, con una variación que iba desde individuos prácticamente sin bandas, hasta ejemplares con un patrón de rayas similar al de las poblaciones más meridionales de la cebra de Burchell, una variedad de la cebra de llanura en la que las bandas desaparecen sólo de las extremidades. En cualquier caso, se piensa que la especial coloración de la cuaga respondía a una adaptación a los pastos amarillentos de las sabanas secas y abiertas que habitaba.
La posición taxonómica de la cuaga fue durante mucho tiempo controvertida, debatiéndose acerca de si se trata de una especie o por el contrario debe ser considerada una variedad de cebra de llanura. Inicialmente, en 1778, fue clasificada como especie separada (Equus quagga) por el naturalista Pieter Boddaert. Otros autores la relacionaron con la cebra de montaña, incluso algunos llegaron a afirmar que la cuaga era un caballo. Este hecho pudo ser debido a que varios taxidermistas utilizaron cráneos de estos animales o de asnos a la hora de montar ejemplares de cuaga para su exposición y su posterior análisis por taxónomos dio lugar a la confusión.
Representación artística de una quagga por Nicolás Marechal. Obra de 1793 (fuente).
Desde mediados del siglo XVII numerosos colonos principalmente de origen neerlandés, aunque también procedentes de Alemania y Francia se fueron asentando en Sudáfrica. Este hecho, sería a la postre decisivo en el devenir de la cuaga, que sufrió una caza indiscriminada por parte de estas poblaciones europeas y que culminó con la total desaparición del animal en estado salvaje durante las últimas décadas del siglo XIX. La cuaga era cazada fundamentalmente por su carne, por su piel y también para eliminar la competencia que ejercía sobre los pastos fuente de alimento para el ganado de los colonos. La limitada distribución geográfica del animal contribuyó a acelerar su desaparición, de tal manera que en la década de 1850 ya no se la podía encontrar en buena parte de su territorio original. La muerte del último ejemplar conocido en estado salvaje data de 1878.
Algunas cuagas fueron capturadas y enviadas a Europa para su exhibición en parques zoológicos, como el de Londres, donde vivió un ejemplar hasta su muerte en 1872 o el de Berlín, que acogería una de estas cebras hasta el año 1875. El animal del zoo de Londres es el único del que se conservan fotografías en la actualidad. La última cuaga conocida fue una hembra que murió en el zoo de Amsterdam en Agosto de 1883, después de vivir en él durante 16 años. La causa de la muerte no fue registrada.
Imagen de la única cuaga fotografiada en vida y que vivió en el zoo de Londres hasta 1872. Foto de Frederick York (fuente).
Probablemente, el primero en sugerir que la cuaga era una subespecie de la cebra de llanura fue Pocock en 1902, cuando el animal ya se encontraba extinto. El hecho de que la cuaga fuese descrita como especie antes que la propia cebra de llanura añadió incertidumbre al debate.
El estatus taxonómico del animal siguió sin resolverse definitivamente durante mucho tiempo, hasta que a finales de la década de 1960 aparece en escena el naturalista alemán Reinhold Rau, quien estaba convencido de que la cuaga no había sido una especie en sí misma, sino una variedad de la cebra de llanura y por eso podía ser traída de vuelta desde la extinción. Durante aquellos años, Rau recolectó muestras de tejidos de varios especímenes de cuaga expuestos en museos alrededor del mundo para enviárselos un tiempo después a Russel Higuchi, del laboratorio de evolución molecular de la Universidad de California en Berkeley. Higuchi clonó y secuenció fragmentos del ADN mitocondrial de dichos tejidos y lo comparó con el de la cebra de montaña y la de llanura, obteniendo como resultado que era idéntico al de esta última especie. Un estudio inmunológico llevado a cabo por Lowenstein (también en los años 80) en San Francisco, arrojó exactamente los mismos resultados. Por si esto fuera poco, un estudio más exhaustivo de secuenciación del ADN de 13 especímenes pertenecientes a distintos museos llevado a cabo en 2005, confirmó definitivamente que la cuaga descendía de una población aislada de la cebra de llanura probablemente en el Pleistoceno, hace entre 120.000 y 290.000 años. La población se adaptó a vivir en un entorno distinto al habitual y ese aislamiento dio lugar a una nueva subespecie muy diferente de las demás en el color del pelaje. Desde entonces, es ampliamente aceptada la designación de la cebra de llanura con el nombre Equus quagga, usándose para designar a la cuaga el nombre E. q. quagga. Es de interés aclarar en este punto que la palabra quagga proviene del vocablo hotentote utilizado por este pueblo para describir onomatopéyicamente el sonido característico emitido por las cebras de llanura.
Los resultados de todos estos estudios avalaban la hipótesis de Rau de la posible "resurrección" de la cuaga mediante un programa de cría. Al tratarse de una subespecie de la cebra de llanura, los genes que proporcionaban el característico color del pelaje de las cuagas podrían aflorar y manifestarse de nuevo si se seleccionaban y cruzaban entre sí los individuos adecuados. De esta manera, en 1987 echó a andar el ambicioso proyecto del taxónomo alemán para traer de vuelta a un animal extinto un siglo atrás. Nacía el llamado "Proyecto Quagga".
Para echar a andar el proyecto, el primer paso fue establecer en 1986 un comité de expertos formado por zoólogos, veterinarios, personal de museo y biólogos moleculares. Diecinueve cebras de llanura fueron seleccionadas procedentes del Parque Nacional Etosha y varias reservas de Sudáfrica y fueron establecidas en un recinto en Vrolijkheid (provincia del Cabo Occidental, Sudáfrica). Fueron elegidas debido a que mostraban una notable reducción del número de bandas en la parte posterior del cuerpo, o bien un tono más oscuro del pelaje. Dieciocho de las diecinueve cebras iniciales produjeron descendencia. El primer potro nació en 1988. La manada fue creciendo y los ejemplares fueron distribuidos por diferentes granjas de cría, intentando siempre hacer los agrupamientos idóneos. Aquellos descendientes con un mayor número de rayas fueron apartados del programa.
El proyecto quagga es único en el mundo, ya que no se trata de una manipulación genética, sino de un programa selectivo de cría para revivir a un animal que se encontraba extinto. Al comienzo del proyecto, sus promotores calcularon que empezarían a ver los resultados en la cuarta generación de cría. Sin embargo, los potros nacidos en la tercera generación (hacia el año 2005) ya mostraban un aspecto muy parecido a las cuagas exhibidas en museos. La reducción de bandas en la parte posterior del cuerpo y en las extremidades es evidente. Por otro lado, el oscurecimiento del pelaje está llevando más tiempo, pero se ha observado que aquellos ejemplares que tienen un número de bandas más reducido también oscurecen el color de fondo de su pelaje en algún tono. La notable reducción del número de rayas respecto a la generación inicial del proyecto en unas pocas generaciones supone variaciones significativas ya sea en los genes implicados en el color del pelaje o en las regiones genómicas que controlan la expresión de dichos genes. La correlación observada en los individuos entre el número de franjas en el cuerpo y en las extremidades hace pensar a los científicos que un sólo gen es responsable (al menos primariamente) del número de bandas en estas partes del cuerpo. La amplia variación mostrada entre individuos para este carácter sugiere que ese gen (o su región de control) es multialélico, siendo la mayoría de individuos de la población heterocigotos para dichos alelos.
Sello postal de Tanzania con la imagen de la cuaga (fuente).
Sin embargo, el proyecto de recuperación de la cuaga también tiene sus detractores. Algunos conservacionistas creen que a pesar de que los animales que se están criando tienen el patrón de coloración de la cuaga, no es correcto referirse a ellos como cuagas, ya que no poseen otros caracteres de adaptación a su entorno (visibles externamente o no) que pueden haber poseído las verdaderas cuagas extintas y que las distinguían aún más del resto de las cebras de llanura. Los científicos implicados en el proyecto quagga, afirman que al no conocerse otros caracteres que distinguieran a estas cebras del resto de cebras de llanura a parte del color de su pelaje, está justificado afirmar que los animales criados por el programa son verdaderas cuagas.
El proyecto quagga ha atraído la atención de numerosos turistas que se acercan a la provincia sudafricana de El Cabo Occidental para observar a estos animales, los cuales se encuentran accesibles al público en las diferentes localidades de cría. El objetivo ahora es liberar juntos a los animales criados en una reserva nacional lejos del contacto con otros tipos de cebras para evitar perder el trabajo de cría selectiva llevado a cabo durante más de treinta años.